Kiara Lucía San Pablo Morales - Instituto de Investigaciones Sociológicas “Mauricio Lefebvre”

#SociologíaUMSAescribe

 

En este espacio se difunden trabajos de los estudiantes de Sociología de la UMSA que tienen un componente de investigación, con el propósito de alentar el desarrollo de habilidades de escritura en la idea de que esta práctica está íntimamente relacionada con el pensamiento crítico y creativo.

AUTORES

“NUESTRA” CULTURA [1]

Kiara Lucía San Pablo Morales[2]

 

Recuerdo que, cuando estaba en el colegio, cada año había un festival en el que cada curso bailaba alguna danza folclórica nacional. Yo solía ir a casa de alguna de mis amigas antes de cada festival porque nos poníamos los trajes juntas; como normalmente había que trenzarse el cabello, nos trenzábamos la una a la otra (o al menos lo intentábamos). La mayoría de las veces íbamos a casa de una amiga que vivía cerca del colegio y llevábamos los trajes que habíamos alquilado para cambiarnos allí.

Su casa era bastante grande y dos chicas trabajaban allí, una se encargaba de limpiar y ordenar, y la otra cocinaba. Una de ellas se llamaba Eugenia y la otra Silvia, tenían alrededor de 30 años. Siempre nos costaba ponernos los trajes y ellas solían ayudarnos; eran ellas quienes finalmente nos ponían las manqanchas y las polleras, dado que eran mujeres de pollera y obviamente sabían cuál es la manera correcta de hacerlo. Recuerdo mucho esos momentos porque ellas se divertían mucho, se reían de nosotras porque no teníamos idea de cómo debían ponerse las prendas y, al final, tenían que deshacer todo lo que nosotras habíamos hecho y vestirnos de nuevo. Pasaba lo mismo con las trenzas, ellas nos las tenían que rehacer siempre porque no las sabíamos hacer bien, y además nos costaba mucho trenzar las tullmas con el cabello.

Eugenia y Silvia se comunicaban entre ellas en aymara. Yo siempre me preguntaba: “¿qué estarán diciendo?”. Suponía que se burlaban de nosotras, dado que reían mucho. Nosotras nos podríamos haber sentido avergonzadas, pero no era así porque ellas eran siempre muy amables y cariñosas, y entendíamos que era muy gracioso para ellas. Recuerdo mucho estos momentos porque aprendí mucho: los nombres de cada objeto, que la manera en la que te pones el sombrero representa si estás soltera o casada, que tradicionalmente hay que ponerse una faja antes de ponerse las manqanchas, que el largo de la falda depende también de si una está soltera o casada, que en los pueblos está mal visto no llevar k’epi, etc. Recuerdo que a ninguna de mis amigas le interesaba mucho lo que comentaban Eugenia y Silvia. Yo me preguntaba por qué no nos enseñaban nada sobre los trajes o las danzas en el colegio, hubiera sido lógico conocer de qué se trataban las danzas que representábamos.

Mis amigas y yo conocíamos algunas danzas, como la diablada, la morenada, los tobas, la saya, el tinku y los caporales. Nos gustaban sobre todo el tinku y los caporales. Esperamos con mucha emoción el último año que era en el que tocaba bailar caporales. Yo y otras dos amigas queríamos bailar de machas, y así lo hicimos. Ese año le pedimos a Eugenia y a Silvia que fueran al festival a vernos bailar, ya que ellas siempre nos habían ayudado y ese era nuestro último año. Cuando ellas llegaron al colegio, los padres de mis compañeros de curso comentaron que ellas no deberían haber asistido; decían: “no pertenecen aquí” y cosas por el estilo, cosas “racistas”[3].  Las miraron mucho, se alejaban de ellas cuando se tomaban fotos y obviamente las hicieron sentir incómodas. Además, no solo los padres, sino la mayoría de mis compañeros nos hablaron muy enojados, diciéndonos que ellas no deberían estar allí, que no las debíamos haber invitado porque arruinaban la celebración. Hubo incluso quienes se taparon la nariz al pasar cerca de ellas porque, según ellos, olían mal. Ellas finalmente se fueron muy avergonzadas. Estaban avergonzadas; pero no tenían razón para estarlo, finalmente, no habían hecho nada malo.

Recuerdo mucho esos momentos dado que no hallaba la lógica en admirar danzas que son de origen indígena, en las que nos vestimos como cholitas; pero después despreciar y discriminar a las auténticas cholitas. Es como si nuestra cultura, al final, ni fuera nuestra, como si sirviera únicamente para el entretenimiento, como si fuera únicamente una decoración. La gente que viene del campo o cuyos padres o abuelos migraron del campo a la ciudad sigue siendo discriminada (menos discriminada de lo que hubiera sido hace años, pero sigue pasando). Tal discriminación es totalmente irracional, en el sentido de que ni siquiera se da únicamente por factores como el color de piel o el lugar de nacimiento, se da también por la manera de vestir o la manera de hablar.

Analizando lo anteriormente mencionado, hallo que esta experiencia que relaté antes se relaciona tanto con el pensamiento de Carlos Montenegro (1994), como con el de Sergio Almaraz (1969). La relación que encuentro entre mi experiencia y las ideas de Montenegro es principalmente la huella colonial, huella que sigue siendo notoria en nuestra sociedad, como muestra mi relato. La huella colonial está en que existe todavía una clase, una suerte de élite, que no acepta a lo “indio, que cree que los indígenas no deben tener los mismos derechos, que cree ser quien debe mandar sobre los demás, aunque represente una minoría en el país. Aunque sin ser muy claro sobre el tema indígena, Montenegro habla sobre lo mismo. Tristemente, en mi opinión, la nueva élite gobernante que planteó su nacionalismo (el de Montenegro) terminó siendo demasiado parecida y estando demasiado emparentada con la que él mismo quería acabar. Pero es la idea de la que parte Montenegro en la que veo lo más valioso, lo que aún perdura, las huellas de la colonia.

En la experiencia de la que hablé, se ven las huellas coloniales porque aunque ahora todos seamos iguales ante la ley y la discriminación por razón de raza o etnia esté prohibida, el racismo perdura y es visible en muchas situaciones. Esto ocurre porque los sectores que fueron privilegiados desde la colonia se niegan a perder esos privilegios y se niegan a aceptar que quienes históricamente fueron los pongos y sirvientes tengan los mismos derechos que ellos. La mayor parte de las personas en mi colegio formaba parte de estos sectores privilegiados; las familias de casi todos mis compañeros eran familias que durante generaciones estuvieron en la élite económica, es decir, eran familias con mucho dinero, además de haber tenido muchas veces cargos en distintos gobiernos del MNR o anteriores. Sin embargo, no es solo el dinero lo que caracteriza a estas familias, sino su afán por criar a sus hijos en una burbuja de “prestigio” elitista. Para mí fue siempre claro que la mayoría de mis compañeros estaban en ese colegio por el “prestigio”, porque no se cansaban de repetirlo (ellos y los profesores). Es más, hubo varias familias de comerciantes con un alto poder adquisitivo (seguramente mayor que el de las familias de muchos de mis compañeros), que, por la supuesta “buena calidad académica” de mi colegio, quisieron que sus hijos estudiaran ahí; sin embargo, como las madres de estos jóvenes eran mujeres de pollera, los padres de mis compañeros y el mismo colegio se opusieron a que ingresen porque, de ser así, perderían el “prestigio” (finalmente estas familias lograron que sus hijos entren al colegio, pero los tuvieron que sacar porque sufrieron acoso). Dicho esto, considero que la huella colonial de la que habla Montenegro sigue presente. Uno pensaría que, en pleno 2019, después de tantas leyes y campañas contra el racismo y la discriminación, después una nueva Constitución Política y después de un nuevo modelo educativo enfocado a acabar con el racismo, estas situaciones no seguirían pasando, al menos no a ese grado.

Para profundizar un poco más, es necesario citar a Montenegro cuando habla de que “no es hipérbole decir que Bolivia fue rehecha a esa hora, como una falsificación de la patria nativa, por el capitalismo extranjero” (1994: 225). ¿No es acaso la antigua élite económica la que representa la gente de mi colegio?, ¿no es acaso también esta gente la mayor defensora del capitalismo extranjero? Habiéndolo comprobado día tras día, yo respondo que sí. Mis compañeros estaban siempre soñando con ser como Estados Unidos, renegando de no serlo, de ser Bolivia, tan caótica e inculta. Siempre diciendo que hay que dejar entrar a las empresas extranjeras, que así viviríamos mejor. Los profesores enseñándonos que la economía actual es un desastre, que somos un país pobre, que estamos empeorando, sin enseñarnos que la pobreza extrema se ha reducido significativamente en los últimos años y que el desempleo también; sin enseñarnos lo que era y lo que es. No les interesaba mostrar nada bueno de nuestro país en la actualidad, ni un ápice de progreso, porque claramente eso no favorecía al pensamiento elitista y liberal que querían inculcar. En resumen, era un afán constante de mostrar que el gobierno del MAS era totalmente negativo y perjudicial. No faltaron profesores que dijeron “es el gobierno de los indios y sólo les importa plantar más y más coca”, “el narcogobierno”, que “el socialismo es la doctrina de los ladrones” y expresiones similares. Tuve un profesor que se atrevió a decir que el gobierno del MAS había tenido buenas medidas y que era bueno porque había achicado la brecha entre ricos y pobres; los alumnos lo acusaron y fue despedido al mes siguiente. Pero, ¿por qué este afán de deslegitimar a un gobierno que había conseguido tantas mejoras sociales y económicas? Como yo lo veo, estos pensamientos y estas acciones se afanan por conseguir de nuevo lo que dice la cita de Montenegro al inicio de este párrafo, “una falsificación de la patria nativa, por el capitalismo extranjero”. ¿Y qué más muestra de esto es la exaltación de nuestras danzas originarias a la par de la discriminación hacia los representantes de nuestras culturas originarias?

Además, Montenegro plantea que todo lo que pretende continuar con la colonia es lo antinacional, lo que va en contra de los intereses nacionales. Es ahí donde considero que su pensamiento se conecta con el de Almaraz. Almaraz plantea “la paradoja señorial”; con esto se refiere a una élite gobernante del país, la que es además una élite económica: “Se sentían dueños del país pero al mismo tiempo lo despreciaban. En ningún momento pensaron que el dinero y el poder que poseían lo debían a un pueblo que los había aceptado pasivamente, inconscientemente, sin resignación ni rebeldía, porque fueron fruto de una entraña feudal descompuesta” (1969: 5). Entonces, (Almaraz) habla de una élite que era élite gracias a que las condiciones en Bolivia lo permitían, pero paradójicamente despreciaban al país. Esta élite es la que, según Almaraz, va en contra del progreso nacional, es la que se ocupó de vender nuestro país al imperio económico encabezado por Estados Unidos. Según Montenegro, es también la élite la que fue causante de la desgracia nacional; para él, la gran derrota se expresa en la Guerra del Chaco, dado que la élite gobernante tenía aún “la independencia de usufructuar ellos solos de la nación que todavía consideran su feudo” (1994: 89).

Para ambos autores es la élite de su momento la que va en contra de los intereses de la nación en su conjunto. Ahí encuentro también la relación de ambos con mi relato, con la variación de que, en mi ejemplo, la gente de mi colegio no es precisamente la actual élite, sino la que fue por mucho tiempo la élite y que está dejando poco a poco de serlo. Pero de cualquier manera esta casi exélite tiene un sentir antinacional, eso se nota si se analiza el ejemplo que di. Es claramente antinacional, según la perspectiva de Montenegro, el pensamiento liberal y la gente de mi colegio tiene (como expliqué antes) ideales liberales. Es también antinacional, según Montenegro, el anhelo de que la gran mayoría del pueblo viva bajo el mando de una pequeña élite que ni siquiera lo representa en sus intereses, y esa es también la intención del pequeño sector que representa la gente de mi colegio, que no estuvo nunca de acuerdo con el gobierno del MAS porque “sólo representaba a los indios”.

Por otro lado, viendo lo mismo, pero desde las ideas de Almaraz, lo que va en contra del progreso del país es también la alienación, la cual él define como “humildad con los yanquis, arrogancia con los bolivianos” (1969: 122). Esto se ve totalmente claro en la experiencia contada, dado que la gente que discriminó a Eugenia y a Silvia, lo hacía porque ellas representan simbólicamente el sector indígena de nuestro país, el sector que ha sido históricamente subalterno, el sector que ellas y ellos consideran inferior. Es decir, la gente de mi colegio representa claramente a una colectividad alienada, dado que apunta y aspira a todo lo que representa Estados Unidos, mientras que es arrogante y displicente con lo boliviano (menos a la hora de entretenerse con las danzas). Además, es importante resaltar la falta de interés por la cultura boliviana, lo que es notorio en mi relato y que tiene que ver tanto con la “paradoja señorial”, como con la alienación.

Lo extraño y curioso es que se mete en la casilla de “indios” a quienes no visten como tradicionalmente lo hace la oligarquía, a quienes no hablan como lo hace la oligarquía, e incluso a quienes tienen una ideología política distinta de la de la oligarquía. No es que verdaderamente se tome en cuenta el color de piel, o los “orígenes”[4], hacer eso sería mucho más complicado. Sería más complicado, e incluso inviable, hacer esta distinción por color de piel u origen, porque al menos en los últimos 10 años ha habido un proceso impresionante de ascenso social de quienes han sido los históricamente desfavorecidos, los indígenas y los campesinos. Entonces ahora vemos que muchas más mujeres de pollera van a la universidad, que ellas trabajan también en el Estado, que son también parlamentarias en la Asamblea Legislativa, que están llegando a posiciones sociales inimaginables para ellas hace 20 años. Ahora los sectores de la población que nunca habían aspirado a vivir con las comodidades o lujos de la oligarquía, no solo aspiran, sino que muchos viven así. Han subido de posición económica, y, ahora, también pueden poner a sus hijos en colegios privados, que antes estaban reservados para la antigua élite económica. Ahora, muchos más pueden estudiar en la universidad, porque no necesitan trabajar. Se ha dado una gran movilidad social en estos últimos años y se sigue dando. Eso trae consigo la resistencia de la que fue, antiguamente y por mucho tiempo, la élite.

Tomando en cuenta este racismo que tiene que ver cada vez menos con las características étnicas, creo que la idea de lo abigarrado de Zavaleta (1998) sirve para entender esto. Es importante analizar lo que mencioné en un principio, que Eugenia y Silvia no tenían por qué estar avergonzadas, pero lo estaban. Lo estaban porque tristemente algunos lugares de La Paz son aún contextos agresivos para las mujeres de pollera, aunque ellas estén por todas partes y sean una parte esencial de la sociedad. Por lo mismo, veo útil establecer una relación con el pensamiento de Zavaleta. Para él, Bolivia es una sociedad abigarrada, con esto quiere decir que al mismo tiempo coexisten distintos ritmos históricos, distintas regiones con distintos problemas, “distintas historias y paralelas hegemónicas” (1998: 13). Es decir, la sociedad no se resume en un blanco contra un negro, una lucha entre la clase alta y la clase baja, o el indio contra el blanco; sino que todas estas peleas y muchas más ocurren al mismo tiempo, sin ser ninguna excluyente de la otra. Por eso es que el abigarramiento no es algo positivo en sí, pero es bastante útil para poder analizar los fenómenos sociales en nuestro país. Es útil como herramienta teórica para poder entender cómo algunos de mis compañeros de colegio, cuyos abuelos eran campesinos, ahora discriminan a los campesinos; para poder entender cómo se valoran las danzas folclóricas, mientras se desprecia a las mujeres de pollera.

En conclusión, si bien mi colegio no es necesariamente una representación del contexto nacional, creo que sí muestra la existencia de una antigua élite que no quiere renunciar a sus privilegios y que se siente superior al resto. Lo anterior, a su vez, muestra que siguen habiendo huellas coloniales, como dijeron Montenegro y Almaraz; que sigue habiendo un sector alienado, tal como lo dijo Almaraz; y además, que el abigarramiento del que habla Zavaleta, en su cualidad de coexistencia de distintas luchas y distintos cambios, es imprescindible a la hora de encontrar la lógica de los fenómenos sociales en nuestro país.

 

BIBLIOGRAFÍA

Almaraz, Sergio (1969). Réquiem para una república. La Paz: Universidad Mayor de San Andrés .

Montenegro, Carlos (1994). Nacionalismo y coloniaje, su expresión histórica en la prensa de Bolivia, 4.ª ed. La Paz: Biblioteca del Bicentenario de Bolivia.

Zavaleta, René (1998). 50 años de historia.  Prólogo de Gustavo Rodríguez Ostria. La Paz-Cochabamba: Los Amigos del Libro.

 

 

 

Publicado el 15 de octubre de 2021

 

[1] Esta crónica fue presentada el año 2021 para la materia Sociología Boliviana I, dirigida por el docente Mario Murillo Aliaga, en la carrera de Sociología de la Universidad Mayor de San Andrés.

[2] Estudiante de la carrera de Sociología.  E-mail: kiarasanpablo@hotmail.com

[3] Puse comillas porque yo no considero que hayan razas como tal, pero esa clase de discriminación actualmente se denomina “racismo”.

[4] Puse comillas porque se usa ese término en el lenguaje coloquial, mas me parece demasiado abstracto, creo que no se pueden determinar los orígenes concretos de una persona en la actualidad (al menos no con tan solo conocer a sus padres o abuelos). Además, hay quienes usan el término refiriéndose a lo étnico, quienes lo usan refiriéndose a lo cultural y quienes lo usan refiriéndose a lo económico.