Javier Him Herrera Cladera - Instituto de Investigaciones Sociológicas “Mauricio Lefebvre”

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En este espacio se difunden trabajos de los estudiantes de Sociología de la UMSA que tienen un componente de investigación, con el propósito de alentar el desarrollo de habilidades de escritura en la idea de que esta práctica está íntimamente relacionada con el pensamiento crítico y creativo.

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CORNETA LIVIANA, TU RÉQUIEM NO FUE TANGO[1]

Javier Him Herrera Cladera[2]

 

 

Nuestros muertos nunca están muertos para nosotros,
hasta que los hayamos olvidado.

                                      George Eliot

 

 

Los cementerios, al igual que los libros, relatan la memoria histórica de las ciudades y de sus habitantes. De algún modo, forman parte de la vida y son fuente de inspiración para los cuestionamientos más inquietantes de la corporeidad efímera del hombre.

 

Antes de la pandemia (en un día cualquiera), acompañado de la más profunda de las nostalgias, traté de hallar, en el Cementerio General de La Paz, la tumba de un amigo; pero me extravié a través de aquellos laberintos sin vida, solitarios y fríos. Desesperado, caminé de un lado al otro, perdido entre nichos, flores y senderos. Me sentí derrotado, y sin más que hacer, agotado, divagué exiliado entre aquellas personas de épocas pasadas, para finalmente  dirigirme a la puerta. Mientras llegaba a la salida, se hacían más estridentes los alaridos que antes había escuchado a lo lejos. Al llegar, me di cuenta de que provenían de una anciana que reclamaba información acerca del nicho de su difunto padre. “¡Mi padre fue a la guerra!”, gritaba aquella mujer. Era fácil reconocer el dolor en su demacrado rostro;  su aspecto, avejentado y tosco, también lo esbozaba; aquellos dientes mostraban lo que hace mucho habían abandonado esos ojos. Al entender el reclamo de aquella mujer, solo me quedé contemplando la chatura moral que hoy se vive, ya que hacer algo no iba a servir de nada. Ciertamente, son tan grandes los males que rebasan los anhelos de los ciudadanos y banalizan su propia humanidad. ¿Acaso seguimos viviendo en el tiempo de las cosas pequeñas? (Almaraz Paz, 1969).  

 

Casi siempre me suceden acontecimientos interesantes en el Cementerio General, hechos que me hacen reflexionar acerca de la vida y de la muerte. Grandes ideas vieron la luz en la oscuridad, y grandes vidas se desarrollaron en constante diálogo con la muerte. Néstor Portocarrero (1905-1948), compositor paceño, escribió, en  diciembre de 1932, el famoso Tango Illimani (en plena Guerra del Chaco). La mayor parte de las ocasiones, tratamos de evitar sufrimientos innecesarios, lugares en los que nos sentimos menos vivos; paradójicamente, algunas situaciones dolorosas nos ayudan a tener conciencia de que la muerte importa. El dolor del Chaco fue necesario para que Bolivia tenga un destino de nación, afirmaría Augusto Céspedes, quien, además de escritor, participó en muchos de los acontecimientos de la guerra, pues “la historia no la hacen los héroes, pero se hace necesariamente con los hombres, no sólo con las teorías” (1968: 179).

 

Algunos espacios del Cementerio General de la ciudad de La Paz evocan la memoria de los episodios más oscuros y sangrientos de la historia boliviana. A comienzos del siglo XIX, el camposanto se concebía como el altar elitista de las minorías acomodadas y el sueño de los justos. No fue hasta mediados del siglo que las puertas se abrieron al pueblo, para que los indígenas y mestizos alcancen la entrada al cielo sagrado. Hoy en día, la diversidad de la necrópolis es evidente; pero, a pesar de esto, todavía resaltan espacios privilegiados en los que yacen personajes que se construyeron en el imaginario colectivo boliviano; otros, que se los refiere simbólicamente; y muchos otros, que se derrumban en el olvido.

 

Es importante preservar el recuerdo de un individuo. Pensar es recordar, decía Platón. El significado esencial de los panteones no solo está referido a la pertenencia simbólica de las familias de los difuntos, sino a una dimensión relevante para la comunidad. Los cementerios son lugares que dan indicios de la identidad social en distintas épocas, al igual que las páginas de extensos libros de historia; los epitafios (plasmados en mármol, roca, estuco o cemento) ofrecen evidencias del acervo cultural de una región, ya que, relatan en textos llamativos, dramáticos, sentimentales o irreverentes las más humanas sensaciones de lo que es vivir.

 

Al conocer la historia del padre de aquella mujer que gritaba, quedé pasmado. Emeterio (su padre) fue un trompetista enviado como carnada junto a la Octava División del fortín Ballivián; él no falleció en el campo de batalla; pero se llevó lo peor de la guerra: el olvido. Su historia me hizo recordar la familiaridad que sentía por los personajes de mis viejos libros de historia —alusivos a los combatientes de la guerra del Chaco— debido a la importante implicancia que tuvieron en mi vida. Me  sentí impotente al saber que no podía hacer nada al respecto; para aquel hombre, hubiera sido más honroso sucumbir en batalla, junto a sus compañeros, que por culpa de la burocracia. Para aquel olvidado intrascendente no quedó ni la solemnidad de la chusma —la burocracia nos había arrebatado un trozo del alma—.

 

Hoy en día, la miseria moral es una constante; seguimos achicados ante lo malo, pues se continúan reproduciendo las mismas estructuras de dominación. Zavaleta, entonces, diría que la historia ocurre “como si los hombres se propusieran algo y los hechos los llevaran a otro lugar” (Zavaleta, 1986: 14). Vivimos en tiempos acelerados que, implícitamente, nos exigen mantener la mirada en el cielo; sin entender lo que hay en la tierra, obviamos reflexiones acerca de las cosas pequeñas, pero no nos son indiferentes los acontecimientos “importantes”, ya que, por más difusos que éstos sean, trascendieron en el tiempo y quedaron anclados en el imaginario colectivo, así como pasa con la Guerra del Chaco. Negar u obviar el recuerdo es como negar la existencia y la memoria histórica.

 

Llegó la noche y lo acaecido fue enterrado por el ocaso; entonces, la mujer se fue. Al sufrimiento de perder a su padre se ha sumado la incertidumbre de no saber si realmente está enterrado. ¿Acaso el ritual sagrado de la despedida es un privilegio?, ¿en qué medida ha cambiado la concepción tradicional del Cementerio General? No se puede afirmar haber avanzado si en realidad seguimos con las mismas estructuras de dominación, pues el soñar en un futuro mejor puede ser una tarea más introspectiva que retrospectiva.

 

 

BIBLIOGRAFÍA

 

Almaraz Paz, Sergio (1969). Réquiem para una República. La Paz: Universidad Mayor de San Andrés.

Céspedes, Augusto (1956). El dictador suicida. 40 años de historia de Bolivia. Santiago de Chile: Universitaria.

Céspedes Augusto (1968): “Citas que molestan a Lora”. En Jorge Abelardo Ramos, Entre pólvora y chimangos. Las mejores y más filosas polémicas del Colorado (pp. 177-179). Buenos Aires: Octubre. 

Céspedes, Augusto (1994). “Sangre de mestizos“. Relatos de la guerra del Chaco. La Paz: Juventud.

Zavaleta, René (1986). Lo nacional-popular en Bolivia. México, D.F.: Siglo XXI.

 

 

Publicado el 24 de septiembre de 2021

 

[1] Esta crónica fue presentada el año 2021 para la materia Sociología Boliviana I, dirigida por el magíster Mario Murillo Aliaga, en la carrera de Sociología de la Universidad Mayor de San Andrés.

[2] Estudiante de la carrera de Sociología.  E-mail: todlow587@gmail.com