Erika Jimena Rivera Vargas - Instituto de Investigaciones Sociológicas “Mauricio Lefebvre”

#SociologíaUMSAescribe

 

En este espacio se difunden trabajos de los estudiantes de Sociología de la UMSA que tienen un componente de investigación, con el propósito de alentar el desarrollo de habilidades de escritura en la idea de que esta práctica está íntimamente relacionada con el pensamiento crítico y creativo.

AUTORES

GESTIONES

AL ENCUENTRO DE MI ESCRITURA ANTE LA CRISIS POLÍTICA Y LA PANDEMIA[1]

Erika Jimena Rivera Vargas[2]

 

Pertenezco a la generación universitaria que vivió la crisis política del 2003. Muy jovencita todavía, cumplí el ritual de las marchas en la Universidad Mayor de San Andrés. Aunque mi participación fue silenciosa, aún perviven en mí los recuerdos de ese acontecimiento en nuestro país, que marcó un hito histórico. En el presente, ya una mujer adulta, aconteció otra crisis política en el 2019, entrecruzada con la pandemia del coronavirus COVID-19. En esta oportunidad, participé con voz propia a través de publicaciones. Sin embargo, tengo la necesidad de reflexionar críticamente sobre la práctica de la escritura que realicé hace ya dos años sobre un acontecimiento complejo para poder avanzar en mi proyecto individual frente a las vicisitudes de este territorio. Parto de la afirmación de que la escritura emotiva no anula el pensamiento racional ante una situación límite. Defenderé mi tesis con los siguientes argumentos: en el primero, señalo que recuerdo y emoción son los factores que impulsan el desarrollo del pensamiento. En el segundo, sostengo que el dolor incita a la apertura gnoseológica. Por último, en el tercer argumento, afirmo que la ira actúa como péndulo entre el enojo y la frustración, provocando una metacognición. En este texto sólo me concentraré en dos artículos míos[3] ordenados cronológicamente dentro de dos publicaciones en coautoría, lo que complementaré con algunas remembranzas. Utilizaré la siguiente estrategia para mi argumentación: la introspección subjetiva.

En primer lugar, el recuerdo y la emoción son factores que impulsan el desarrollo del pensamiento. Me explico: preservo en mi memoria la primera vez que salí a una manifestación. Estábamos en clases y fuimos llevados por mi docente a la marcha, bajo control de asistencia, en cumplimiento de la disposición de la Dirección de Carrera, que a la vez obedecía a la convocatoria de la Central Obrera Boliviana. Al llegar al lugar de la concentración, observé las pancartas de la UMSA, liderada por el Sindicato de Trabajadores STUMSA, luego por la FEDSIDUMSA; finalmente, las pancartas de las distintas Carreras, hasta que encontramos la nuestra y me puse entre las últimas filas. Al desplazarse la protesta por la ciudad, la cantidad de universitarios se fue reduciendo, en medio de los gases lacrimógenos. Entre la dispersión con correteos de arriba hacia abajo y la rearticulación de las distintas Facultades de la UMSA y la UPEA, terminé en primera fila, sosteniendo una esquina de la pancarta de tela de mi Carrera junto a otro estudiante. Los dos nos miramos, vimos hacia atrás y de nuestros compañeros no quedaba casi nadie. 

   Un ejemplo que ilustra esta afirmación es que aún persisten en mi remembranza las miradas de los mineros apostados en la esquina de la calle Potosí, próximos a la Plaza Murillo. Todos los manifestantes pasábamos para bajar nuevamente hacia la Calle Mercado, pero ellos se quedaban ahí, acordonándonos porque nos cedían el paso. Llevaban la muerte en los ojos vidriosos. Mucho más impactante que los versos de Alcira Cardona en Carcajada de estaño, los que yo declamaba en colegio incentivada en casa por la línea guevarista de mi padre. Él decía: “Bolivia le debe todo a los mineros, sin ellos no somos nadie, son ellos los que sostienen a todo este país de parásitos burócratas”. Ahora yo estaba ahí, no frente al idílico discurso, sino junto a hombres de carne y hueso con guardatojos, botas y dinamita en mano. Taciturnos y con la bola de coca en sus mejillas, con labios morados y con la piel casi sin vida, pálidos e imponentes. Sentí el verdadero aroma a copajira, el olor a muerte porque estaban dispuestos a la autoinmolación. Aún recuerdo que nos mimetizamos en las viejas paredes de la bajada hacia El Prado porque vimos a francotiradores apostados en los techos de los edificios, quienes apuntaban a los que bajaban por la Plaza San Francisco. Observé que los disparos se dirigían a los que encabezaban las marchas. Todavía tengo confundidos los recuerdos de individuos con mandiles blancos que cayeron heridos por la calle Honda entre la calle Potosí y la Avenida Mariscal Santa Cruz. Fueron los episodios de convulsión social del 12 y 13 de febrero, una antesala de lo que vendría después. A este acontecimiento en nuestra historia se lo denominó el “impuestazo”, porque en La Paz la ola de protestas tuvo como saldo 31 muertos, entre civiles, enfermeras y uniformados, además de 268 heridos. Febrero Negro fue la compuerta de la caída de Gonzalo Sánchez de Lozada en octubre de 2003.  

   Como se puede apreciar en el ejemplo descrito, la imponente y trágica figura del minero, así como las manifestaciones, las marchas violentas, el caos en las calles, el desorden, los heridos y la muerte, generarán en mi retina el recuerdo que me impulsará desde entonces a preocuparme por la violencia social en nuestro país. El desarrollo de mi pensamiento me ha llevado a indagar por las diferentes corrientes que se me aparecieron en el transcurso de mis estudios. Recuerdo que entre mis clases y las diferentes marchas me llegaban afiches o leía en los paneles de mi Carrera o el Monoblock la existencia de diferentes facciones políticas y colectivos. Entre estos grupos aún recuerdo al POR con sus diferentes detractores como la LORCI, OT, etc., todos ellos trotskistas. Aunque nunca fui militante, por curiosa, asistía a los cursos de formación que impartía Guillermo Lora. También me llegó una invitación de la OT, seguidores de Bachelet y enemigos de Lora. Por supuesto que fui. Pero todos querían reconstruir la Cuarta Internacional. Asimismo, conocí a diferentes colectivos anarquistas, a María Galindo, en el antiguo Café Carcajada, cuando Julieta Paredes era su compañera. Aún recuerdo a los compañeros del ala izquierda del MRTA que me hacían formar y cantar un himno con el puño izquierdo levantado antes de empezar el curso de formación, pese a que yo tampoco era militante. También pasé clases con los maoístas de Chispa U. Algunas veces fui a la UPEA a los cursos de formación que impartía una célula indianista. No menciono el guevarismo y el ateísmo porque esas ideologías las tenía naturalizadas por el autoritarismo paterno desde mis tres años, cuando aprendí a leer y escribir. Estos recuerdos no me adscriben a ninguna corriente, simplemente son el impulso que todavía me lleva por el sendero del pensamiento sobre mí misma y del mundo que me rodea. Aunque el camino del aprendizaje es interminable, el conocimiento permite el movimiento del límite, entre lo cognoscible e incognoscible.     

   En segundo lugar, el dolor incita a la apertura gnoseológica. El proceso electoral de 2019 trajo consigo sorpresas que afectaron parcialmente mi vida. Nuevamente observé la violencia social, pero esta vez en mi barrio, en Villa San Antonio. Mis vecinos, mediante bloqueos, marchas y demás protestas, expresaron su repudio contra un posible fraude electoral. Ante los acontecimientos políticos, viví nuevamente, en carne propia, el ascenso violento del caos y el desorden. Perviven en mi mente los chicotazos de los choferes en contra de las mujeres de mi zona, quienes fueron arrastradas por los cabellos y a golpes para que despejaran la avenida, en la rotonda a una cuadra del Cruce. Se convirtió en una situación límite por la inseguridad personal de cada uno de los miembros de mi zona. Había luchas campales de todos contra todos. Las vendedoras de frutas y las salchipaperas de mi barrio empezaron a manifestar palabras de odio en contra de los compradores mientras los atendían. Entre el ruido de las manifestaciones, las filas para conseguir algunos alimentos y la congoja por no tener noticias de parientes y amigos, así fue que inicié mis notas sistemáticas reflexionando sobre la suerte de mi ciudad, de mi familia y de mis antiguos compañeros de estudio. La descomposición social también enfrentó a los miembros de mi familia dentro de casa, porque empezó la disidencia en contra de la línea guevarista que mi padre profesa hasta el día de hoy fanáticamente.

   La afirmación expresada en este segundo argumento puede ser comprendida también en este sentido: el dolor, la preocupación, el sufrimiento, el desencanto y la desilusión conforman los mejores caminos al conocimiento genuino, justamente en el terreno deleznable donde confluyen la reflexión política y la acción política.

Desde la filosofía, el vuelo de Minerva significa mirar hacia atrás para comprender. Es decir que primero están los acontecimientos, los hechos, la avasallante realidad y después la filosofía alza el vuelo para explicar racionalmente lo acontecido. Como diría mi mentor H. C. F. Mansilla citando a Hannah Arendt: “Yo quiero comprender”. A lo único que se debe obedecer es al impulso de comprender. Los hechos que se presentan en la realidad boliviana nos obligan a reflexionar para intentar explicar racionalmente el acontecimiento. Anteladamente es bueno aclarar que es un intento de explicación sin apropiarse de la verdad, pese a la intención de comprender la totalidad. Pero toda comprensión es incompleta porque hacemos un recorte de la realidad para retroceder en el tiempo y poder reflexivamente ejercitar una mirada crítica con un sentido de construcción como sujetos históricos y como bolivianos, determinados no solo por el espacio físico, sino también por nuestra autoconciencia para continuar el camino del ser boliviano… si es que existiera ese camino, el sentido de nuestra existencia y nuestra construcción rumbo al Bicentenario.

Considero pertinente separar lo acontecido en tres fases: el antes, el durante y el después de la renuncia de uno de los presidentes que ascendió al poder con gran popularidad y aceptación de la población boliviana (Rivera, 2019, pp. 5-6).

 

   Como se aprecia en la cita previa, el dolor me incitó a una apertura cognoscitiva general del mundo que me rodea, expresada en la escritura. Me hizo consciente de los problemas que implica el conocer. La experiencia de la conciencia que ocurrió en mi vida me lleva a apoyarme en Erich Hermann Wilhelm Vögelin, quien dice: “La base principal del trabajo del filósofo político es seguir estando abierta a la verdad del orden, y transmitirlo a otros” (2008). Este pensador ha reflexionado sobre la violencia política, investigando sobre las representaciones del orden desde la Lista Real Sumeria a G. W. F. Hegel. Su teoría de la consciencia es la base de su filosofía y noción de orden social y político. La forma en que el sujeto experimenta la existencia es lo fundamental. El ser humano comparte su existencia con los demás en su sociedad y el resto del universo junto con la presencia divina. Si los otros, a quien se ha comunicado una convicción, experimentan esta cercanía a la verdad, será el núcleo de la organización de un orden social.  En el presente, y por el momento, me encuentro de acuerdo con Eric Voegelin (2008), más conocido con este nombre, en el habla hispana.

   El último argumento que sustenta la tesis es que la ira actúa como péndulo entre el enojo y la frustración, provocando una metacognición. Esta reacción emocional se produjo después del resultado negativo para nuestros intereses como sociedad, que se agudizó con la pandemia del coronavirus-COVID 19 en nuestro país. El enojo me rebasó en ausencia del respeto por el derecho de terceros.  La frustración me enfermó por la falta de solidaridad con los que se encontraban en una situación límite entre la vida y la muerte. Estos aspectos me llevaron a reflexionar sobre los procesos de mi pensamiento ante un acontecimiento dificultoso.  

   Si comparamos esta situación con lo que ocurría en el mundo, encontramos que las personas morían a pesar del esfuerzo de la atención médica recibida. Pero en nuestro país algunas personas murieron por la tradicional forma de bloquearnos los unos a los otros. Desde las calles hasta las carreteras, irradió la irracionalidad generando inseguridad por los acostumbrados ascensos de violencia. Para mí, en pandemia, estos hechos fueron inaceptables. Me encontraba en la absoluta soledad por interpelar las tradicionales actuaciones destructivas de las personas y de las diferentes facciones ideológicas en nuestro país.  Por ejemplo, ante las carreteras destruidas, el 4 de agosto de 2020 escribí en Facebook lo siguiente: “Juan Carlos Huarachi y compañía resolverán los problemas del país dinamitando carreteras. ¿Debemos tolerar el infantilismo y el primitivismo? En la práctica, se puede percibir que los andinos son amantes de la muerte. Bienvenidas las ofrendas con la vida para la Pachamama”. El linchamiento y la humillación en mi página fue inmediata por no respetar la cultura de nuestros ancestros. En consecuencia, modifiqué la cuenta de público a privado y eliminé a casi todos mis contactos. A pesar de esa acción, no se borró de mi mente mi amigo el obrero, amado y admirado por cargar en un bolso antiguo de mercado sus interesantes libros. Un gran lector con quien compartí clases de descolonización y el curso “Hacia otro Marx para pensar los pueblos indígenas más allá de la dominación”. Pero ese día él me respondió: “Las ciudades están malditas”. Sus palabras escritas por internet fueron cuchillas que generaron una contrarrespuesta mía: ¿Los que vivimos en las ciudades merecemos una cualidad ontológica inferior a los del campo tomando en cuenta que lo andino representa la vida y la liberación? Tampoco borré de mi mente a mi amigo el jailón, amado y admirado por su sensibilidad social. Pero para él todo se volvió la derecha racista. Y me puso el lugar que él consideró que me correspondía, haciendo alusión a mi estrato socioeconómico, llamándome representante de la derecha populista. Me hirió profundamente su escrito porque recordé sus aires de superioridad por ser de la Universidad Católica. Sus estudios de postgrado le hacían considerarse mejor que mis docentes. También se consideraba mejor que los estudiantes de la UMSA porque llevamos el estigma de no leer y no tener futuro porque somos de colegios fiscales que sostenemos nuestros estudios con trabajos paupérrimos. En conclusión, los de la UMSA no sabemos pensar. Escribió debajo de una participación mía en las redes sociales de ANF que sería una pérdida de tiempo ponerme un like. Además, hizo énfasis de que yo venía de un estrato económico no acomodado. Todavía no olvido a mi amiga la feminista, amada y admirada por su irreverencia. Ella publicó en mi cuenta: “¡Así no, vieja no! Muy racista tu post”. Me puso en mi lugar por no agregar teorías a mis reflexiones como las de Fanon, Aimé, Dussel, Mignolo, Lugones y Segato. Pero yo estaba en el camino de retorno con respecto a esas teorías, no solo porque pasé clases con Mignolo en El Alto y también con Dussel en la Pastoral Universitaria Normalista Arquidiocesana, sino también porque empezó mi interpelación con la práctica. Comprendí que las activistas consideran que una, por ser mujer, no tiene el conocimiento de las teorías pertinentes como si solo los hombres y las feministas pudieran elevarse al nivel abstracto.  Finalmente, un famoso periodista mediático colgó mi post en su muro, para describirme como la expresión más racista de principios del siglo XX, no solo para humillarme, sino también para vengarse del filósofo Mansilla, desacreditándolo por un artículo publicado el 26 de enero de 2020 en Página Siete denominado: “La hipocresía de la izquierda caviar”, donde fue aludido porque reflexionamos entre otros aspectos sobre la irresponsabilidad de la incitación a la violencia. Fue astuto porque redactó un post con falacias ad hominem y ad ignorantiam. Me pregunté lo siguiente: ¿Será correcto atribuirse como el único que posee la verdad bajo la categoría del racismo? ¿Somos portadores de la verdad? ¿Será racismo interpelar a quienes bloquean en situaciones límite entre la vida y la muerte como en el caso de la pandemia? Me sentí como un animal enjaulado: hasta hoy no he vuelto a participar en rituales para la Pachamama, ni a escalar las cordilleras, ni a mirar la otra cara del Illimani mientras me lanzaba en parapente porque yo también soy ciudadana con taypi (centro), chuyma (corazón o pulmón) y ajayu (espíritu). He llegado muy niña desde la Amazonía (Guayaramerín) para ser  abrazada por los vientos telúricos que algunas veces soplan con la absoluta indiferencia ante los desórdenes y muertes que nos causamos. Sin embargo, y paradójicamente, este péndulo de emociones provocó nuevamente mis razonamientos en búsqueda de una comprensión por medio de la palabra escrita.

   La pandemia en el 2020 me llevó a investigar sobre acontecimientos similares en la historia de la humanidad. Asimismo, sobre los avances de nuestra especie y las mentes científicas que aportaron en el transcurso del tiempo. Llamó mi atención y escribí sobre Carlo Urbani, un médico y microbiólogo italiano, funcionario de la Organización Mundial de la Salud (OMS) y de Médicos sin Fronteras. Este experto en epidemiología murió contagiado el 29 de marzo de 2003 en Bangkok, registrando hasta el último instante los síntomas y efectos del virus. La pandemia actual es un desarrollo posterior del SARS identificado desde 2003 en el Asia Suroriental. Los hechos constataron que algunos países del Asia, como Corea del Sur, ya estaban preparados con simulacros hace más de una década con el “Plan Nacional de Preparación y Respuesta a la Pandemia”, que se basó en las experiencias de Vietnam y los aportes sistematizados por este científico (Rivera, 2020, pp. 31-33). Me llené de ira al comparar nuestro sistema de salud pública, inseguro e ineficiente, sin ninguna planificación estratégica como política de Estado. Esta situación me llevó a los límites de la tolerancia. En el presente, puedo observar que la introducción de esta publicación se encuentra redactada con enojo y frustración ante el interés mezquino y corporativo, empeorado por la crisis política: “Somos testigos amargados de las miserias de nuestro país”. “Parlamento, miope y perverso, aglomeración de la peor gente de los diferentes estratos sociales, ignaros”. “Hemos sido testigos de la existencia de ciertos ciudadanos que no merecen esta cualidad ontológica porque en plena crisis bloquean carreteras para obstaculizar el tránsito de alimentos hacia otros departamentos del país”. ”Mientras miles de ciudadanos aplauden estas acciones a nombre de sus diferentes corrientes ideológicas”. “Autoridades mediocres y necias que, sin importar su origen social, no tienen visión de país”. “No dejan, sin embargo, de ser unos delincuentes”. “Sin posibilidades de contar con unidades de terapia intensiva, tan solo tenemos que soportar a los ineficientes burócratas que ingresan en la función pública: un espacio de estériles sin inteligencia”. “No son mejores que los delincuentes de baja calaña en este país, angurrientos de asaltar las arcas del Estado pese a su clase social. Ni los que se autodenominan los pobres en este país se libran de la lacra de la corrupción” (Rivera, 2020, pp. 7-9). Después de dos años, reflexiono sobre mi escritura con la importancia de la distancia para encaminarme propositivamente. Soy una ciudadana de a pie que recuerda a los médicos, las enfermeras, los militares, los policías y los funcionarios que murieron en la línea de fuego en contra del COVID-19 cumpliendo su deber. Es decir que en nuestro país también existen los funcionarios públicos que sí hacen su trabajo, a pesar de las limitaciones y falta de condiciones adecuadas. Asimismo, llevo en mí a los que murieron en el transcurso de casi dos décadas por la violencia social y política porque como ciudadanos no hemos sabido construir una planificación estratégica que alcance los objetivos nacionales de manera pacífica para consolidar el bien común por encima de toda ideología.

   Al realizar un análisis de conjunto de los tres argumentos presentados, se puede evidenciar que el mundo volitivo interior en contacto con el entorno es la base primaria para elevarse al razonamiento. Tal vez el argumento más contundente sea que la simbiosis del conjunto de las sensaciones pasionales junto al uso de la razón, podría dar como resultado la autoformación hacia el conocimiento permanente para convertirse algún día en alguien proactivo. En retrospectiva, la experiencia de mi conciencia me lleva a la siguiente reflexión crítica: como individuos somos responsables de los resultados del futuro de nuestra sociedad. Somos parte del ascenso de la violencia. Reflejamos los niveles de intolerancia que hemos aprendido desde la casa, la escuela, el trabajo, el ámbito académico, etc. El mejor espacio para la reflexión es la universidad en el encuentro de las diferentes perspectivas, bajo el ejercicio del liderazgo, para generar políticas públicas y proyectos en busca de la resolución de conflictos de manera pacífica. En lugar de incitar marchas, bloqueos y violencia, podríamos generar el razonamiento de las diferencias para ejercer la ciudadanía activa, empoderándonos de las instituciones, aprendiendo para qué sirve cada dirección y unidad del organigrama estatal. No basta que los otros nos gobiernen, ya sean políticos, máximas autoridades ejecutivas, etc. Nosotros como individuos también podríamos participar en la construcción de una visión de país. Para no quedarnos en la retórica, aprenderíamos a promover y evaluar resultados. Seríamos más conscientes de los recursos públicos y de cómo podríamos usarlos ingeniosamente para el uso del bien común. Trataríamos de reducir el asalto a las arcas del Estado como acción individual por el daño que provoca. Somos once millones de ciudadanos con capacidades para encaminarnos de mejor modo.    

   He presentado tres argumentos para sostener mi tesis. Estos son: el recuerdo y la emoción son los factores que impulsan el desarrollo del pensamiento. Asimismo, el dolor incita a la apertura gnoseológica. Por último, la ira actúa como péndulo entre el enojo y la frustración, provocando una metacognición. Lo anterior me permite concluir que la escritura emotiva no anula el pensamiento racional ante una situación límite. En suma: podría afirmarse también que la ciudadanía activa con sensibilidad social es el fundamento para propuestas que busquen el bien común generando políticas de Estado. Pero este aspecto sería motivo de una nueva investigación que profundice las afirmaciones vertidas en este ensayo. 

 

BIBLIOGRAFÍA

Mansilla, H. C. F./Rivera, Erika J. (26 de enero de 2020). “La hipocresía de la izquierda caviar”. Página Siete [Suplemento Ideas/Letra Siete, año IX, número 480], p. 4

Rivera, Erika J. “El vuelo de Minerva y la guerra civil molecular. Un ensayo existencial-filosófico sobre la historia reciente”, pp. 5-24, en: Nadie se cansa, nadie se rinde…, H. C. F. Mansilla/Erika J. Rivera. La Paz: Rincón Ediciones, 2019.

 

Rivera, Erika J. “Introducción: las diferentes miserias que manifiesta la pandemia”, pp. 5-11, en: Coronavirus y teorías de la conspiración. La cuarentena que paralizó al mundo, H. C. F. Mansilla/Erika J. Rivera. La Paz: Rincón Ediciones, 2020. 

 

Voegelin, Eric (2008) La nueva ciencia de la política: una introducción. Madrid: Casa del Libro.

 

Fecha de publicación: 12 de agosto de 2022

 

 

[1] Ensayo final para la materia “Lenguaje y redacción básica”. Paralelo A. Docente: Lic. Mónica Navia. Auxiliar: Francisco García. Carrera de Sociología, Universidad Mayor de San Andrés, gestión 2022. Después del examen final, este texto fue publicado en Página Siete del 26 de junio de 2022, suplemento Letra Siete, vol. XII, pp. 12-13 y Página Siete del 3 de julio de 2022, suplemento Letra Siete, vol. XII, pp. 12-13.

[2] Estudiante del primer semestre de la carrera de Sociología. E-mail: erikajimenariveravargas@gmail.com

[3] Erika J. Rivera, “El vuelo de Minerva y la guerra civil molecular. Un ensayo existencial-filosófico sobre la historia reciente”, pp. 5-24, en: Nadie se cansa, nadie se rinde…, H. C. F. Mansilla/Erika J. Rivera. La Paz: Rincón Ediciones, 2019. El segundo texto que tomaré en cuenta es la “Introducción: las diferentes miserias que manifiesta la pandemia”, pp. 5-11, en: Coronavirus y teorías de la conspiración. La cuarentena que paralizó al mundo, H. C. F. Mansilla/Erika J. Rivera. La Paz: Rincón Ediciones, 2020.