María Aydee Silva Espejo - Instituto de Investigaciones Sociológicas “Mauricio Lefebvre”
#SociologíaUMSAescribe
En este espacio se difunden trabajos de los estudiantes de Sociología de la UMSA que tienen un componente de investigación, con el propósito de alentar el desarrollo de habilidades de escritura en la idea de que esta práctica está íntimamente relacionada con el pensamiento crítico y creativo.
AUTORES
EL CAMINO DE LOS ÁNGELES A POTOSÍ[1]
María Aydee Silva Espejo[2]
Si me preguntan cuál fue la primera experiencia literaria en mi vida, diría que no la recordaría, puesto que en mi hogar siempre ha estado presente la idea de lectura en todo momento: desde leer los empaques de los sachets (bolsas descartables) hasta leer los carteles que pasan por la autopista La Paz-El Alto. Pero, sin dudar, la que más marcó mi curiosidad fue La pluma de Miguel, de Isabel Mesa. Un pequeño libro regordete que en las malas prácticas literarias escolares se lo muestra como obligatorio. Sin esperarlo, el sesgo fantástico de esta obra enriqueció no solo mi mundo literario sino también el de mi familia. A partir de tres aspectos explicaré la travesía a la cual me llevó la lectura de este libro: generó fascinación en mi familia, nos motivó a recorrer la mitad de Bolivia para llegar a Potosí en busca de la “conciencia humana” descrita en el libro; por último, nos hizo comprender que la literatura puede ser una gran fuente de unidad familiar.
Este pequeño libro cuenta la historia de un personaje denominado Arcángel Miguel quien, al ser robada la conciencia humana por unos diablillos mandados por Belcebú, debe buscarla y llevarla al paraíso para que pueda ser alimentada, cuidada y conservada, al ser esta pequeña esfera de gran valía para la humanidad. En su camino se encuentra con diablillos, pintores, sirenas, más ángeles, hasta llegar a librar una batalla digna de ser animada en el Salar de Uyuni, donde el ganador se llevará la conciencia humana y así podrá usarla para el bien o el mal de la humanidad.
Solo fue la introducción seductora del libro la que me tendió una mano para ingresar a este mundo descrito como un cielo con ángeles que cautivó mis ojos y dejó fluir las horas nocturnas. Al igual que una amayquita (del aymara: mariposa nocturna), buscaba un rayo de luz que alumbrara las hojas blanquecinas de un libro nuevo para devorar. Si bien el plazo fue de un mes para terminar de leerla, no pasaron ni cinco días entre el colegio y las actividades extraescolares, cuando me vi en la última hoja que anunciaba el regreso de la conciencia humana al cielo, donde sería resguardada por aquellos seres mitológicos que, desde el inicio, me llevaron entre sus alas para poder presenciar este emotivo momento.
Mi emoción fue tanta que habría sido un pecado no contarle esta hermosa experiencia a mi papá, la persona que desde pequeñas nos había guiado en este mundo literario con pequeños cuentos revolucionarios, los cuales nos trajeron grandes problemas en el colegio; pero esa será historia de otro ensayo. Sin dudarlo dos veces, se llevaron a mi pequeño amigo al campo donde mi papá trabajaba. Tres días duró su estancia entre las estrellas frías dentro de un CETHA[3]. Al igual que yo, su emoción y su curiosidad se habían intensificado; uno más a la secta de los Ángeles de Kalamarka, pensaba. La siguiente era el ratón de biblioteca, mi pequeña y única hermana; si bien también tenía una tarea pendiente sobre leer un libro acorde su edad (tenía once años para ese momento), La pluma de Miguel fue la elegida no solo como un trabajo sino como una pequeña pasión que compartió con los demás niños. Por último, fue mamá, dulce, gentil, siempre, activa y multitareas como cualquier mamá paceña. Aunque llegaba cansada del trabajo, se daba modos de leer el libro que insistentemente le pedíamos que leyera. Supongo que lo hacía entre los descansos del almuerzo y mientras venía a casa. Ya éramos cuatro en la lista y solo faltaba la integrante más imponente de la casa, la abuela. Ella, si bien no sabía leer, se unía a las noches de discusión, con su tejido de alpaca entre palillos y su bolsita de coca para pijchar mientras nos escuchaba hablar sobre diablillos que salían de las pinturas y ángeles con grandes alas que buscaban una esfera. Y así fue como cada uno, de a poco, llegamos a la fascinación por un libro, en diferentes formas y a diversos tiempos, en el cual entendimos que la lectura nacional puede llegar a ser mágica, solo hay que darse el tiempo de entrar en sus páginas.
Habían pasado tres años desde aquel disfrute mutuo, y en cierto modo fuimos creando una pequeña biblioteca familiar de libros para llenar nuestra curiosidad. Pero un día mi mamá volvió a tomar nuestro primer libro familiar y, con nostalgia, nos conminó a irnos de viaje para las vacaciones de fin de año, como una excusa para pasar el poco tiempo que quedaba antes que nosotras entremos a la universidad. Y no hubo discusión alguna para escoger el destino que nos marcaban los ángeles: Potosí, cuna de la historia boliviana, libradora de batallas y el valor del mundo reflejado en sus grandes cerros. Todos con una mochila que guardaba las ansias de aventura, unas camas para soportar el frío que se avecinaba y metidos en nuestro “Mini Gus”[4] nos dirigimos a Potosí el día después de Navidad y la meta era retornar antes de Año Nuevo a La Paz.
Nuestra ruta: Oruro, la tierra de la ñusta que lidera un ejército de diablos comandados por el ángel Miguel. Era imperdonable no pasar a visitarlos en sus grandes socavones y no llegar a los pies de la Virgen, que resguarda las tierras mágicas orureñas llenas del estaño, que nos hizo relucir en las principales calles de Wall Street. La segunda parada fue Potosí, “envidia de emperadores”, como señala la autora, la tierra de la plata más pura del mundo y el lugar donde tu misma existencia se refleja en sus lagunas de sal; la Casa de la Moneda, el lugar que guarda a sus ángeles en gigantescas pinturas colgadas en los salones más brillantes que haya visto. Nuestro camino había tomado forma y, sin pensar, nos llamaron la familia preguntona, ya que no dejamos de preguntar a las guías sobre aquellas obras que se exhiben como legado cultural de una Bolivia pujante y llena de misticismo. Mientras el Mascarón observaba como cada uno de nosotros acuñaba su moneda en los troqueles, nos deseó un buen viaje con su sonrisa que, a mi parecer, fue gentil, pero para otros fue abrumante. Eso sí: no podíamos irnos sin visitar una auténtica mina potosina, los servicios de recurrido allá no faltan para irse de minero por un día.
María, la mina que nos acoge, nos contó en sus largos túneles el vivir de los mineros. Mientras nos adentramos más en sus entrañas oscuras, llegamos al lugar final, el cuidador de la mina, “El Tío”, ser místico adornado de serpentinas al cual no debe faltarle ni su coca ni su cigarro para encontrar rápido el mineral. El olor a azufre me recordó cómo Miguel, el ángel, y Uriel se adentraron a las minas para buscar la conciencia humana. Sin duda, la sensación marcada por el libro no se comparaba con sentirla en la piel; vi cómo cada panel que había dibujado en mi mente cobraba vida en cada paso que daba al insertarnos más y más en las entrañas de la mina.
Con el tiempo en contra, la aventura continuaba y decidimos arriesgarnos a ir a Sucre, tierra de calles blancas y del mejor tojori que tomé, a descubrir las huellas de dinosaurios que nos mostraron la fragilidad de la humanidad como un ser biológico inmutable, fantástico. A días de celebrar Año Nuevo, retornamos a La Paz, en una carrera maratónica volvimos a recorrer todos esos departamentos, prometiendo volver a recorrer la ruta de los ángeles que nos han trazado de manera incógnita en nuestro pequeño libro regordete. Y fue así como una obra literaria unió a mi familia, nos llevó por medio país a recorrer las visitas más mágicas de Bolivia.
Al finalizar toda esta trayectoria, me di cuenta de que leer un libro de cualquier género puede unir al mundo, en especial, a las familias, compartir un momento especial como la lectura. En mi caso, abrió nuevas puertas para conocer a mi familia, conocer sus gustos, sus disgustos, sus alegrías y decepciones. Pero algo que no quitarán de mi mente son los recuerdos que pasé con cada uno de ellos al leer y recordar pequeños pasajes del libro; recuerdos que también llevo plasmados en mi corazón, que se llena de alegría con tan solo al recordar las travesuras entre hermanas y las salvadas místicas de mis papás para que no aparezcamos descabezadas en las minas potosinas. Sin dudar, volvería a revivir esta gran experiencia que vivimos juntos. Volvería una vez más a mi ruta favorita, con mis personas favoritas, mi familia, y tal vez, ¿por qué no?, llevarme un nuevo corazón latente conmigo a nuestra aventura familiar literaria.
Bibliografía
Mesa de Inchauste, Isabel (1998). La pluma de Miguel. La Paz: Santillana de Ediciones.
Publicado el 17 de noviembre de 2023
[1] Ensayo final para la materia “Lenguaje y Redacción Básica” Universidad Mayor de San Andrés,
gestión 2023-I.
[2] Estudiante de la carrera de Sociología.
[3] Centro de Educación Técnica Humanitaria y Agropecuaria.
[4] Nombre que se les da a los autos como forma particular de distinción y de apego al mismo con la finalidad de traerle suerte.