Juan Alberto Molina La Fuente - Instituto de Investigaciones Sociológicas “Mauricio Lefebvre”
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En este espacio se difunden trabajos de los estudiantes de Sociología de la UMSA que tienen un componente de investigación, con el propósito de alentar el desarrollo de habilidades de escritura en la idea de que esta práctica está íntimamente relacionada con el pensamiento crítico y creativo.
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COTIDIANIDAD EN CRISIS: UN ANÁLISIS DE FALL RIVER, EL PRIMER CUENTO DE JOHN CHEEVER[1]
Juan Alberto Molina La Fuente[2]
INTRODUCCIÓN
La literatura entendida como producto cultural abre al análisis social una ventana de posibilidades para mirar a la sociedad desde otras perspectivas. El rol del escritor entonces adquiere una función más allá de su habilidad imaginativa y se vuelve un intermediario entre su obra y las prácticas sociales y materiales, como el reflejo de su participación activa en las interacciones y en el comportamiento cotidiano de su sociedad (Sanjinés, 2017 [1992]). En el caso de John Cheever, desde su misma autodenominación como “espía de las clases medias” norteamericanas, esta función es reconocida conscientemente; más, desde, mi perspectiva, las características de productor cultural se elevan (sea por la inexperiencia, la falta de pretensión o la simple honestidad), cuando hablamos de su primer cuento publicado. Por ello, con Fall River (1931) la oportunidad de realizar un análisis partiendo del cotidiano de una sociedad, queda abierta.
Con lo dicho, entiendo la vastedad de análisis que hay sobre la crisis de 1929; sin embargo, también reconozco el coincidente enfoque de la mayoría de estos trabajos centrados en mirar a la Gran Depresión como una época de crisis fundamentalmente económica, dejando de lado el impacto que esta tuvo en la cotidianidad de la gente. Pero, en Fall River, esta mirada cobra un papel principal, a partir del cual pretendo demostrar que la crisis vivida fue una crisis social. Para ello planteo un conjunto de ejes de análisis que reflexionan sobre el malestar que experimentan los personajes de Cheever como interlocutores de la vida cotidiana de esa sociedad en crisis.
CONTEXTUALIZACIÓN Y RESUMEN
Como advierte el título del cuento, este se desarrolla en una ciudad costera de Estados Unidos llamada Fall River, lugar cuya prosperidad en el pasado se basaba en la exportación de sus fábricas de hilandería. Y, ya sea por la sobreproducción, la especulación de la bolsa u otros factores que motivaron a la crisis del 29, esta ciudad recoge sus consecuencias con el cierre de sus fábricas y el despido masivo de sus empleados[3]. En ese contexto, un joven, John Cheever, que atraviesa el país (Galarza, 2019), se encuentra con los restos de esta ciudad que ha entrado en decadencia.
El cuento comienza con el narrador, describiendo el paro de la hilandería (presagiado desde hace dos años por la gente), durante un invierno seco en que no ha caído nieve y el inicio de una primavera que no se percibe. A continuación, describe a su edificio, el que pronto abandonarán con su esposa por la carencia económica, y a las personas que lo habitan: un viejo que fue despedido de la hilandería y que ha perdido todo interés por salir de su habitación; un hombre que aunque gana dinero está paralizado por el endeudamiento; y una dueña que ruega porque paguen su alquiler, pues ella tampoco tiene lo suficiente para vivir. El cuento termina con el protagonista y su esposa siendo llevados por sus amigos Paul y Mani a su finca al otro lado del río (donde ellos viven prósperos), donde se quedan mirando a los pájaros y a las abundantes flores, y se dan cuenta de que allí ha comenzado la primavera.
PÉRDIDA DE FE EN EL PROGRESO
Desde las primeras líneas del cuento se advierte un reconocimiento incongruente de la gente sobre la crisis: “HACÍA DOS AÑOS QUE [sic] la gente lo sabía, pero en el invierno fue obvio. La hilandería estaba parada y las grandes ruedas yacían inmóviles contra los techos” (Cheever, 2018/1931: 7). Nos hace preguntar por qué, después de dos años, la gente al fin reconoce el paro de su hilandería; revelando así una resistencia a la resignación de la gente por admitir su situación crítica. Así, la hipótesis cobra sentido cuando consideramos que los pensamientos norteamericanos estaban fuertemente influidos por un ideal heredado desde la modernidad: la Idea de Progreso.
Esta palabra por sí misma implica varias cosas: crecimiento —económico, tecnológico—, desarrollo y prosperidad indefinida (Giner, 2001). Pero a su vez adquiere un nivel de creencia cuando una sociedad avanza y espera seguir haciéndolo en el futuro. Es de ese modo que, como menciona Robert Nisbet, en Estados Unidos el progreso se presentaba como una religión; de hecho, en contraste con esas primeras líneas, el autor confirma que incluso en la crisis del 29 seguía habiendo gente que confiaba ciegamente en el progreso (Nisbet, 1986). Por eso cuando esta creencia de avance permanente se enfrenta ante una situación crítica, el ideal entra en contradicción con la crisis. Así podemos entender por qué en el resto del cuento existe un aire de desolación incesante, gris y ausente de esperanza: “La gente había aceptado un invierno seco, con muy poco dinero y nada para comer. Ya había ocurrido antes (…). El río seguía corriendo, pero no había humo sobre la ciudad” (Cheever, 2018/1931: 9). Entonces, el proceso de resistencia a la resignación y al reconocimiento de una realidad donde ya no existe un atisbo de avance ha golpeado fuerte en la sociedad tanto como implica la pérdida de una fe, en este caso, la pérdida de fe en el progreso.
Como la resistencia a la aceptación de la crisis, esta desilusión en el progreso tiene sus expresiones en los habitantes de Fall River, tanto de manera violenta, con las manifestaciones obreras que se narran en el cuento; y de manera interna, con la pérdida de la percepción del avance del tiempo. Cuando Cheever escribe: “Era invierno pero no había caído nieve, y durante toda una temporada los caminos estuvieron polvorientos y los árboles sin hojas bajo el cielo cargado. Pero el cielo cargado y los caminos polvorientos duraron tanto como tres semanas, y para cuando llegó la primavera era difícil recordar la nieve…” (2018/1931: 7) o “Si la gente había hablado de un invierno seco y lo había vivido así, nadie hablaba de la primavera. No tenían razón alguna para mencionar la primavera. Las fábricas seguían inactivas…” (Ibid: 8), revela que los personajes expresan indiferencia por las estaciones, el paso del tiempo y una sensación de detenimiento, que es justamente lo opuesto al significado de avance acelerado del progreso, y hace evidente cómo el estancamiento con la crisis ha afectado de manera interna a la percepción del tiempo de los individuos.
Esto se halla estrechamente relacionado con los planteamientos de Emile Durkheim acerca de las crisis, donde no es el empobrecimiento la causa verdadera –en su caso– de las tasas de suicidio, sino las perturbaciones de orden colectivo (Durkheim, 2009/1897). Es decir, los efectos que devela la crisis como la pérdida de fe en el progreso, son a la vez causales de perturbaciones de este orden, como evidencia la incapacidad de distinguir el avance del tiempo en Fall River. Esta interpretación me permitirá explicar las consecuencias de otros malestares en el cuento.
HOMBRES Y MÁQUINAS DETENIDAS: ALIENACIÓN Y REIFICACIÓN
Los personajes en Fall River se encuentran en una situación económica crítica, sea por el desempleo, el endeudamiento o el agotamiento de sus reservas. Pero como dije antes, estas no solo son consecuencias, sino causas de malestares colectivos. Aunque como demostraré, estos no son originariamente problemas de la crisis del 29, sino que reflejan los síntomas de un sistema de producción capitalista altamente coercitivo y alienante para los individuos. En ese sentido, dos categorías: alienación y reificación, ayudarán a comprender mucho más los malestares que evidencian los comportamientos de los personajes de Cheever.
Alienación
En el cuento se habla de un viejo que fue despedido de la fábrica y para evitar estar “ocioso” busca trabajo cada mañana. Al no encontrarlo, sigue yendo a hablar con personas que aún lo tienen, pero cuando se fractura la pierna él deja de salir y, aun cuando está curado, no vuelve a moverse de su cuarto más que por comida. Este comportamiento evidencia la pérdida de propósito y la incapacidad del personaje de realizar otras actividades que no estén vinculadas con su trabajo, u el olvido de cómo realizarlas. Entonces, la categoría de alienación nos puede ayudar a explicar la raíz de este malestar.
Este término tiene el significado de extrañamiento de uno mismo y Marx lo utiliza para explicar el proceso deshumanizante del trabajo asalariado. En ese sentido, Ernest Mandel (1992/1977) divide aquél proceso de alienación en tres etapas: la separación del individuo de sus medios de producción; la necesidad de la venta de su fuerza de trabajo, con todo lo que eso implica (la determinación del dueño para decir qué producir, cómo producir y cuándo); y la pérdida de la capacidad creativa del trabajador. Con este último se entiende que el ser humano tiene la capacidad innata de reproducir lo que imagina y de realizar cualquier actividad que desarrolle su humanidad; pero con el trabajo asalariado esta capacidad se frustra: “En tales circunstancias el hombre (el obrero o proletario bajo el capitalismo) deja de ser humano libre, se convierte en un objeto productivo (…). Es decir se hace cosa, se cosifica…”(Giner, 2001:109). Esto expresa la actitud del personaje desprovisto de fin, pues ha olvidado su capacidad para realizar otra actividad que no sea su trabajo, quedando sin función y utilidad como las máquinas que yacen detenidas en la hilandería.
Reificación
Desde el principio, y como denoté en el otro subtitulo, queda claro que los objetos materiales de Fall River (las máquinas, los barcos, el edificio donde viven, etc) son una representación de sus habitantes. El narrador es preciso al describir a las personas como a las cosas inmóviles y ausentes de una intención comunicativa: “En el tercer piso había un hombre que tenía trabajo: ganaba diez dólares a la semana. De noche lo veíamos sentado en el borde de su cama, mirando lentamente el cuarto vacío a su alrededor. (…) La cara del hombre era cuadrada y tenía cabello rígido como madera barata. Tendrá que pagar el alquiler, gritaba la dueña (…). Él la miraba y cerraba la puerta suavemente” (Cheever, 2018/1931: 8); o al hablar del viejo despedido: “Solo salía de su habitación para ir a comprar alimentos y volver para comerlos (…). Vivía en su habitación, salía a comprar comida y se metía ahí otra vez. Nadie sabía lo que hacía, todo el día en su habitación. Ni siquiera se lo oía moverse” (Ibíd.: 9). Esta ausencia de comunicación se conecta estrechamente con lo ya mencionado sobre la alienación y la cosificación de los individuos, pero ahora son las relaciones sociales las que se cosifican. En este punto utilizaré la categoría de reificación para explicar este comportamiento, según Berger y Luckmann:
La reificación es la aprehensión de fenómenos humanos como si fueran cosas, vale decir, en términos no humanos, o posiblemente suprahumanos. (…) La reificación implica que el hombre es capaz de olvidar que él mismo ha creado el mundo humano, y, además, que la dialéctica entre el hombre, productor, y sus productos pasa inadvertida para la conciencia. El mundo reifícado es, por definición, un mundo deshumanizado, que el hombre experimenta como facticidad extraña, como un opus alienum sobre el cual no ejerce un control mejor que el del opus proprium de su propia actividad productiva (2003/1967: 114)[4].
Con ello comprendemos, más aún, la pérdida de la intención de los personajes de participar en la vida social, ya que, al objetivarse su interacción por su actividad productiva en el trabajo y la circulación del dinero, cuando esta pierde esa función la comunicación también desaparece. Es decir, no solo la industria, las relaciones sociales también han caído en detrimento.
Por otro lado, hemos de resaltar la falta de reconocimiento entre los personajes como un síntoma de la reificación de los “roles”, puesto que todos los personajes (a excepción de los dos personajes no habitantes de Fall River) en el cuento: el viejo, la dueña, el hombre con trabajo, el mismo narrador y su esposa, ¡carecen de nombres! Demuestra que la pérdida de sus roles (como trabajadores o sujetos activos económicamente) han evidenciado la pérdida u olvido de su identidad como individuos. Al respecto Berger y Luckmann dicen:
Los ‘roles’ pueden reificarse al igual que las instituciones. El sector de la auto-conciencia que se ha objetivizado en el “rol” también se aprehende (…). La fórmula paradigmática para esta clase de reificación consiste en declarar: ‘No tengo opción en este asunto. Tengo que actuar de esta manera debido a mi posición’ (como marido, padre, general, arzobispo, presidente del directorio, hampón, verdugo, o lo que sea). Esto significa que la reificación de los ‘roles’ restringe la distancia subjetiva que el individuo puede establecer entre él y su desempeño de un ‘rol’. (…) Finalmente, identidad misma (el yo total, si se prefiere) puede reificarse, tanto el propio, como el de los otros. Existe pues una identificación total del individuo con sus tipificaciones socialmente atribuidas. El individuo es aprehendido nada más que como ese tipo (2003 [1967]: 117).
Es así que, al perder la función de estos roles, los personajes en Fall River son incapaces de reconocer a los otros y reconocerse a sí mismos, resaltando aún más su comparación con los objetos inmóviles del cuento. Es decir, que la desocupación, el endeudamiento y la miseria por la crisis económica en Fall River solo han agravado los síntomas de un sistema capitalista alienante, sea por la pérdida de la capacidad creativa del trabajador, o por la condición reificante de las relaciones sociales o la pérdida de identidad de sus habitantes.
DOS ALTERNATIVAS: Anomia o migración
Por lo dicho hasta aquí, se puede entender mejor por qué las acciones de los personajes toman dos tendencias en reacción a su situación. Una expresada en el comportamiento desviado como reflejo de la falta de norma, anomia; y, otra en el intento desesperado de búsqueda de mejores condiciones de vida, cuyo resultado se ve en la migración.
Sobre la primera situación, el narrador advierte un comportamiento desviado en los habitantes de su edificio:
Hacía ya un mes que habíamos despachado nuestros libros en unas cajas grandes. Es algo que no habríamos querido hacer, pero hasta en aquel edificio de ladrillos la gente ya no era la de antes. La dueña se habría quedado con nuestros libros y nuestra máquina de escribir y los habría vendido. Ni siquiera los cigarrillos se salvaban, si los dejabas un minuto sobre la mesa” (Cheever, 2018 [1931]: 8).
Es esto a lo que nos referíamos con las perturbaciones colectivas causadas por la crisis. Entonces, el robo, así como Durkheim (2009 [1977]) habla del suicidio, es un síntoma de la pérdida de normas en el orden colectivo. Lo cual conlleva a una desorganización moral causada por la miseria, y una forma de afrontar esa pérdida de orden por parte de los habitantes es el comportamiento anómico.
La alternativa a este comportamiento en el cuento es la búsqueda desesperada por mejores condiciones de vida, plasmado en el narrador y su esposa al migrar hacia la granja de sus amigos. Esta medida en el cuento fue masiva en los años 1930-1935, ya que se estima que 2,4 millones de habitantes aumentaron en las áreas rurales: “millones de desocupados hambrientos, se refugiaron en el campo, en tierras abandonadas por los labradores o en granjas de sus parientes y amigos, con objeto de emplear su fuerza de trabajo, rechazada por la sociedad (…) y poder vivir una existencia menos miserable…” (Trotsky, 2018: 276).
Nótese, a propósito del final del cuento, que aspectos que vine tratando anteriormente quedan constatados y ejemplificados, como cuando el narrador y su esposa salen de Fall River y están en la granja, reaparece la percepción del avance del tiempo, el color y las estaciones: “Mani salió a la puerta con un largo y pálido vestido y nos llevó a su jardín de flores (…). Los pájaros lo atravesaban como a una alta bóveda. Al otro lado del río las hilanderías estaban quietas (…). Es primavera otra vez, dijo Mani” (2018/1931: 12). Es necesario señalar que Mani y Paul (los amigos del protagonista) son los únicos personajes del cuento que poseen un nombre; coincidentemente no son habitantes de Fall River y aún mantienen una actividad laboral estable, rasgos que me hacen reafirmar lo mencionado en el apartado de alienación y reificación.
CONCLUSIONES
Sintetizando las reflexiones de cada apartado diré que la crisis de 1929 no solo ha afectado a la vida económica, sino a la vida social de los personajes de Fall River de las siguientes maneras: con la pérdida de fe en el progreso, ha deformado su percepción del avance del tiempo; la ausencia de la actividad productiva industrial evidenció los síntomas de pertenecer a un sistema de producción cosificante, tanto en los individuos como en las relaciones sociales; y, a raíz de estas perturbaciones colectivas, han optado por seguir el camino de un comportamiento anómico o de migración hacia el campo para salvarse de la miseria. De ese modo, reafirmo mi primera aseveración al considerar a la crisis de 1929 como una crisis social reflejada en el cotidiano de la gente.
Finalmente, resaltaré la oportunidad que la literatura me ha facilitado para proyectar mi análisis desde la cotidianidad, particularmente con Fall River, un cuento alejado de actos trascendentes y centrado en la mirada de personas comunes y corrientes, usualmente olvidadas por la historia. Por ende, destaco al escritor como un observador completo, capaz de describir las prácticas sociales y malestares colectivos manifestados en la vida cotidiana, en este caso, de una cotidianidad en crisis.
BIBLIOGRAFÍA
Arancibia, Mónica (24 de octubre de 2023). A 94 años. Crisis económica del 29: diez claves para entender la Gran Depresión. La Izquierda Diario. https://www.laizquierdadiario.com/Crisis-economica-del-29-diez-claves-para-entender-la-Gran-Depresion
Berger L. Peter, y Luckmann, Thomas (2003 [1967]). La construcción social de la realidad. (Silvia Zuleta, trad.). Argentina: Amorrortu.
Cheever, John (2018 [1931]). Fall River. En Fall River: trece cuentos no reunidos (pp. 7-12; Ariel Dilon, trad.) Buenos Aires: Godot.
Durkheim, Emile (2009 [1897]). El Suicidio. Buenos Aires: Libertador.
Giner, Salvador (2001). Teoría sociológica clásica. Barcelona: Ariel.
Mandel, Ernest (1992 [1977]). Alienación y Emancipación del Proletariado (Vera Pawlowsky, trad.). Barcelona: Fontamara.
NISBET, Robert (1986). La idea de progreso. Libertas, (5), 1-30.
Galarza, Laura (7 de enero de 2019). Los días del hambre. Página 12. https://www.pagina12.com.ar/166265-los-dias-del-hambre
Sanjinés, Javier (201 [1992]). Literatura contemporánea y grotesco social en Bolivia. La Paz, Bolivia: Biblioteca del Bicentenario de Bolivia.
Trotsky, León (2018). El papel del marxismo en nuestra época. En El Capitalismo y sus crisis. Obras escogidas (pp. 261-303). Buenos Aires: CEIP.
Publicado el 25 de octubre de 2024
[1] Este ensayo no hubiese sido realizado sin el apoyo y las recomendaciones bibliográficas de los docentes Mario Murillo, Mircko Vera y Gabriela Ruesgas, de la carrera de Sociología de la Universidad Mayor de San Andrés.
[2] Estudiante de la Carrera de Sociología de la UMSA. E-mail: juanmolinalafuente@gmail.com
[3] Según datos estadísticos “En Estados Unidos, de 1929 a 1933, el Producto Bruto Interno cayó un 28,6 %, la tasa de desocupación que era de 3,2 % en 1929 subió a 24,9 % (aproximadamente 13 millones de personas) en 1933” (Arancibia, 2023, párr. 10).
[4] Quisiera reconocer al libro de Javier Sanjinés: Literatura contemporánea y grotesco social en Bolivia (2017 [1992]) por haberme hecho descubrir este concepto y al autor, además de haber sido influyente para la creación de este ensayo.