Edwin Choque Marquez - Instituto de Investigaciones Sociológicas “Mauricio Lefebvre”
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En este espacio se difunden trabajos de los estudiantes de Sociología de la UMSA que tienen un componente de investigación, con el propósito de alentar el desarrollo de habilidades de escritura en la idea de que esta práctica está íntimamente relacionada con el pensamiento crítico y creativo.
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CICATRICES EN EL TIEMPO[1]
Edwin Choque Marquez[2]
Como resultado de un breve recorrido de revistas de ciencias sociales bolivianas, en la materia “Sociología Boliviana II”, dirigida por el docente Carlos Blanco Cazas, elaboré el presente escrito sobre la construcción de la masculinidad, en un diálogo con Ángel, de 54 años. La idea de construirse como “ser más hombre” o “verdaderamente hombre” trae consigo cicatrices en el tiempo sobre las que nos negamos a hablar, cuestionar o asumir. En ese sentido, hago un sucinto énfasis de un autocuestionamiento y posibles cicatrices de este cumplimiento atribuido.
Simone de Beauvoir (2015), en su obra El segundo sexo, señala que no se nace mujer, se llega a serlo. Es decir, hay una serie de aprendizajes y socializaciones sociales y culturales que constituyen a lo femenino y a lo masculino. Son estereotipos, creencias y mitos que se reproducen como etiquetas de lo que es ser un “hombre” y, por ende, la demostración masculina. Es un conjunto de demandas, características y prácticas se asumen como el “deber ser”. En ese marco, se prohíbe sentir, se niega la calidad humana de las emociones y se desconoce a uno mismo.
Cuando le pregunté a Ángel (54 años) sobre las diferencias entre hombres y mujeres, su respuesta fue la siguiente: “Las cosas han sido así. Al hombrecito, ¿cómo le vas a poner rosado?, él es ‘hombre’, no puede. La mujercita puede jugar, tener su autito; pero el varoncito no puede, no puede. Es natural, desde niños ya se sabe”. Aceptar el orden de las cosas como algo “natural” no permite su cuestionamiento, tanto así que reproducimos lo que es socialmente legitimado y no admitimos cambios.
En la siguiente interrogante: ¿Qué es ser un hombre? Ángel estableció una sonrisa y respondió: “a ver... es ser responsable, trabajador, puntual… no sé, tendría que pensarlo”. La estructura patriarcal a través de sus instituciones (familia, escuela, grupo de pares, iglesia y medios de comunicación), perpetúa y legitima una máscara de “naturalidad” y de ausencia de cuestionamiento del orden de las cosas que no permiten el reconocimiento de hitos o experiencias que afectan o marcan la construcción masculina.
En ese sentido, la masculinidad tiene una forma dominante como producto sociocultural que debe ser demostrada constantemente entre y por los hombres. Estas demostraciones se realizan en la socialización frente al grupo de pares: una camisa de fuerza que se impone en una presión social desde la niñez; la diferenciación de juguetes basados en la diferencia sexual; la conformación de grupos de pares en la adolescencia; la juventud con la formación de pareja y el tener hijos como mandatos esenciales que refuerzan y legitiman la masculinidad. Los mandatos de ser proveedor, ser protector, procrear y ser autosuficiente se encuentran presentes en el orden social de manera interiorizada y naturalizada en el ser hombre. Esto refiere a la dificultad que los hombres tenemos de no percibir y cuestionar lo establecido.
“¿Qué me puede haber marcado en ser hombre? ¡Nada, la vida es así! Es sólo el modo de vivir, de ser criado. Hay que aprender y los hombres nos formamos así” (Ángel). De acuerdo al mandato de ser fuertes y no quejarse, los hombres asumimos a la violencia como parte forjadora de nuestras vidas. Se piensa que el sufrimiento es un factor que forma el carácter para la vida y para ser “más hombre”. “En el cuartel eran wasos (torpes) todos, pensaban otra clase. Saben querer apagar el cigarrillo en el cuerpo de los monos (conscriptos que ingresaron). Cuando yo estaba, venían los antiguos y me pegaban sin motivo. Yo era de la ciudad y todos los demás eran de diferentes provincias, eran discriminadores, eran el colmo… Nos quitaban nuestras cosas y ni siquiera hablaban bien los campesinos. Cuando salí del cuartel, era rudo, con quien sea sé querer ‘piñarme’ (pelear): les veía a mis sobrinas con sus chicos y sé patearles, un sopapo sé darles. ¡Por qué no respetas la casa!, sé decirles. Ellas son mujeres, no pueden estar en la calle con sus chicos”. Lo masculino es un producto social a través de una construcción subjetiva que no termina nunca, porque está presente en el proceso de la vida. La experiencia del cuartel es un hito significativo y conflictivo para los hombres: se debe cumplir, aguantar y ejercer violencia a otros en una relación de poder y jerarquía. Todo esto contribuye a ser “más hombre”. Con el paso de los años, el sufrimiento es sinónimo de mérito y triunfo entre hombres. “Es parte de la vida del hombre, es una anécdota, un pasaje de la vida; al final, se vuelve hasta chistoso, a uno le forja el carácter. El cuartel es parte de la vida que uno aprende a valorar las cosas: valoras a tu madre y a tu padre” (Ángel).
La reproducción social del sistema patriarcal y de sus mandatos en la construcción del ser hombre es naturalizada, aceptada y reproducida. Por eso, llegamos a no cuestionar, a no percibir los conflictos de ese aprendizaje y la posibilidad de cambios. Sin embargo, esa forma de aprendizaje tiene sus costos en el proceso y en el tiempo. Dejar de ser padre para ser abuelo (en el caso de Ángel), en otra fase de la vida, puede cambiar la percepción de quien lo vive: “Tengo dos nietos, a ellos los quiero mucho, les abrazo, les doy besos, no quisiera que les pase nada a ellos. Los veo desde que nacieron y ahora ya están grandes. ¡Papá, me dicen! ¿Qué les puedan pasar las cosas del cuartel? Tal vez son hombres, tienen que aprender, pero no quisiera que les pase nada [expresión de tristeza]”.
Para finalizar este breve escrito, puedo centralizar las siguientes ideas: el aprendizaje del ser hombre se encuentra interiorizado en prácticas y vivencias como el “deber ser”, que se convierte para algunos en algo incuestionable y “natural”, algo destinado y establecido. La construcción de la masculinidad y violencia, como la experiencia del cuartel, es vista como un factor de formación de carácter en el ser hombre: se debe sufrir y vivir violencia para considerarlo una experiencia aceptada y forjadora para la vida. Es ausente el reconocimiento en el sufrimiento de la masculinidad, porque son vistos como simples hechos de la vida. Mas la experiencia de ser abuelo, con el tiempo, puede llegar a crear una reflexión desde la masculinidad sobre la violencia vivida y repensar esta reproducción hacia nietos por el afecto y la emoción que se siente por ellos.
BIBLIOGRAFÍA
Beauvoir, Simone de (2015). El segundo sexo. 6ta Ed. Madrid: Ediciones Cátedra.
Publicado el 20 de octubre de 2023