Grover Orgaz - Instituto de Investigaciones Sociológicas “Mauricio Lefebvre”

#SociologíaUMSAescribe

 

En este espacio se difunden trabajos de los estudiantes de Sociología de la UMSA que tienen un componente de investigación, con el propósito de alentar el desarrollo de habilidades de escritura en la idea de que esta práctica está íntimamente relacionada con el pensamiento crítico y creativo.

AUTORES

GESTIONES

UN PERFUME CACHAREL[1]

Grover Orgaz[2]

 

 

Mi nombre es Grover Orgaz. Tal vez no les diga nada en una primera lectura, pero soy un vendedor. Cada mañana salgo a la batalla armado de un maletín lleno de perfumes de marcas reconocidas, una armadura-traje pensada para el lugar que debo visitar y un rebuscado discurso que hace las veces de espada, cuchillo o lanza, según sea el caso. Soy un aparato de primeros auxilios para todo aquel que esté camino a la muerte o el ostracismo social; en serio, les proveo sangre azul y energías nuevas vía intravenosa, convirtiendo a los seres que frecuento en gente sana y lista para afrontar su diario existir en su sociedad. Por último, soy consejero y poeta, un Cirano capaz de asegurar el amor a quien pretenda dominarlo, conseguirlo o solventarlo en su paso por este mundo.

¿Qué es lo que hice para tener esas raras personalidades?, Pues, una mañana, me dirigí hacia el único lugar que me permitiría sobrevivir en el universo de los negocios de intercambio de productos y valores de la ciudad de La Paz: el parque de camioneros de la Aduana Nacional. Sabía que necesitaba de instrumentos propios para arrogarme la imagen de guerrero, médico y poeta, imagen que precisaba denotar sin oposición de los paceños a quienes pensaba visitar y vender mis productos. Conseguí, de los mejores importadores de productos bajo asiento, los perfumes más afamados de la historia, nombres de marcas de nivel que resuenan en las paredes plomizas de los cerebros alcanforados de los bolivianos que desean cambiar de nivel social. Channel, Dior, Armani, Paco Rabanne, Gaultier, Ricci y muchos más solamente me los vendían por docena; pero me los supe atrapar surtidos.

Salgo a la venta a diario; visito a abogados, maestros, médicos, a todo profesional que se ponga en mi camino y más, vecinas en sus casas y obreros en sus fábricas, a todos los obnubilo con mi plomizo traje. Cual hombre de armas medieval, tengo una coraza que impide que las diatribas o negaciones a mi visita hagan mella en mi persona, el “no” no me afecta, y, de cada diez seres humanos con quienes hablo, dos me compran el producto, lo necesitan, una vez en su vida tienen que tener en su peinador un Coco Channel Allure o un Cristian Dior Farenheit. Mi discurso hace las veces de incisivo puñal que perfora sus defensas, les hablo de mí, de quién soy para infundir confianza; les muestro los aromas mientras sigo parloteando, sobre las ventajas de tener una marca reconocida sobre la piel y les decapito las reticencias haciéndoles propuestas de promociones con que se les hace fácil adquirir las maravillas de los sabios alquimistas franceses e hindúes.

Cuando encuentro un rezagado social, aquella persona que salió de su círculo por falta de dinero o cambio de domicilio, o aquel que tiene un enemigo interno entre sus conocidos, el ser deprimido y triste que sufre las consecuencias del destierro en zonas diferentes de su lugar de nacimiento, hago mi papel de paramédico. Le recuerdo su origen, su dominio de la moda, su alcurnia insolente, le levanto el ánimo y pongo sobre sus hombros el bálsamo de sus conocimientos cortesanos, aquellos que le hacen superior a todos los mortales que ahora le rodean. Prácticamente le hago una transfusión de sangre y le solvento sus angustias bajo la imagen arrobadora de un perfume fino; le muestro el camino de la recuperación y, cambiada de ropa, la espalda recta y la vista entornada del nuevo –o nueva– y sanada paciente, me despido de mi cliente, quien, enfundado o enfundada de un perfume Cacharel, asume la superioridad frugal en la vida y enfrenta su existencia con nuevos bríos.

Hace ya un mes que le aclaré el horizonte a una fémina cliente; al conocerla, surcos blanquecinos marcaban su rostro, producto del llanto y del dolor de haber perdido a su pareja. Traté de calmarla, de ayudarla y de apoyarla en su dolor. Traté, prometo que traté…; pero su pena no admitía palabras que la sustentaran en la serenidad. Es más, terminó apoyando el rostro en mi pecho para dar rienda suelta a su llanto. Le susurré una imagen del poema de Rodríguez, "verdades amargas", para que descubra que aquel que la abandonara no merecía su dolor. La separé de mí y le dije, mirándola a los ojos, que era ella quien debía demostrar al planeta su resiliencia; que levantarse requería esfuerzo; que no está muerto quien lucha y que su belleza le procurará otro amor, el verdadero, muy pronto; que el primer amor es el más bonito, pero que el último es el mejor. Le regalé un perfume divino, un Hipnotic Poison de Cristian Dior, y su felicidad al sentir el incienso frutado y las especies orientales la puso a reír y a disculparse. Asumió su puesto y una nueva actitud. La vi orgullosa y segura y me alejé con su número de teléfono en mi bolsillo y la satisfacción en el alma.

Ya lo ven, este oficio mío me hace guerrero, médico y poeta, es muy placentero a veces y me llena de historias que contar. Les aseguro que ser vendedor de calle tiene el cúmulo de sentimientos y aventuras más grande que se pueda imaginar.

 

Fecha de publicación: 23 de septiembre de 2022


[1] Este trabajo fue presentado el año 2021 para la materia “Lenguaje y redacción básica”, en la carrera de Sociología de la Universidad Mayor de San Andrés.

[2] Estudiante del primer semestre de la carrera de Sociología, Universidad Mayor de San Andrés.