Rêveuse - Instituto de Investigaciones Sociológicas “Mauricio Lefebvre”
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En este espacio se difunden trabajos de los estudiantes de Sociología de la UMSA que tienen un componente de investigación, con el propósito de alentar el desarrollo de habilidades de escritura en la idea de que esta práctica está íntimamente relacionada con el pensamiento crítico y creativo.
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NIÑA MIGRANTE EN ARGENTINA[1]
Rêveuse
Desde pequeña supe lo que era la necesidad. Recuerdo cómo me metía a los gigantescos contenedores de basura a buscar botellas para reciclar y también para ver qué otras cosas interesantes desechaba la gente. Básicamente, así fue mi infancia; sin embargo, no todo era malo, mamá y papá hacían lo que podían para darnos sustento y nunca nos faltó techo ni ropa limpia.
Pasaron los años, mis hermanos y yo crecimos así como nuestra desafortunada situación. El alcohol y las deudas mermaron aún más el matrimonio de mis padres, las peleas se volvieron constantes y casi habituales en nuestro hogar. Hoy en día todavía recuerdo la sensación de miedo cada vez que mi padre llegaba ebrio; mis hermanos, mi madre y yo nos mirábamos unos a otros con temor porque el alcohol dejaba ver el lado más violento de mi progenitor. Solo nos quedaba rezar para que estuviera de buenas, algo que muy pocas veces sucedía…
Cuando cumplí los 12 años, nos mudamos a otro barrio intentando huir de las deudas y tuve que cambiar de colegio. El nuevo establecimiento educativo al que asistiría no gozaba de grandes instalaciones, tampoco era espacioso como mi anterior colegio; pero he de reconocer que tenía un nivel académico más alto que el de mi anterior unidad educativa. Tal vez por eso pedía más materiales y muchos más libros. Lastimosamente, yo no podía comprar casi nada porque mi familia no tenía los recursos suficientes. Inmediatamente, viene a mi mente el recuerdo de la maestra que impartía las clases de inglés; ella repartió libros de estudio fotocopiados. Me recuerdo diciéndole que no podía aceptarlos porque no podría pagarlos. Ella me dijo que los aceptara y que le pagara luego. Obviamente no pude pagarlos. Entonces, ella —muy irritada— gritó que me jodiera, en inglés. Sé que estuvo mal pero prefiero recordarlo con gracia.
Volviendo a la preocupante situación de mi familia, las cosas no iban para nada bien. Como mencioné anteriormente, nos mudamos a otro barrio; y, para nuestra desgracia, esta zona queda bastante cerca de Pampahasi. Allí hay un sector en el que se reúnen varios bebedores consuetudinarios. Esto hizo que mi padre exagerara todavía más su consumo de bebidas alcohólicas, ya que se le hizo más fácil reunirse con sus “amigos”. Como resultado de sus excesos, enfermó. Y al encontrarse en ese estado, nos pidió perdón por todo y nos prometió que buscaría un empleo cuando se recuperara. Teníamos la esperanza de que él sanaría, no obstante, una noche, simplemente lo vimos desvanecerse frente a nuestros ojos para, luego, convulsionar en el suelo. Entramos en pánico, la señora que nos alquilaba los cuartos era enfermera y trató de ayudarnos, quiso reanimar a mi padre; pero no lo logró, él dejo este mundo ese día, la cirrosis hepática había hecho estragos en su salud.
La muerte de mi padre empeoró significativamente las cosas. Si antes nuestra situación económica era muy delicada, ahora realmente estábamos en la miseria, tanto que tuve que abandonar el colegio. Entonces, en medio de nuestra desesperada situación, se presentó una oferta de trabajo en la que se requería una niñera para Argentina. Así que, como yo había dejado mis estudios, hablé con mi madre para convencerla de dejarme ir allá. Total, una boca menos que alimentar no le vendría nada mal a nuestra familia. Las cosas estaban tan mal que ella optó por dejarme hacer el viaje y así fue como llegué a Argentina.
Mirando atrás, y pensándolo bien, me sorprende que teniendo solo 12 años me dejaran cruzar la frontera con alguien que yo ni siquiera conocía; solo tenía conocimiento de que esa mujer era la hermana de uno de mis futuros jefes. Cuando llegamos allá, todo era muy bonito y moderno; las calles eran muy amplias y hacía mucho calor. No imaginaba lo que estaba por venir, me asusté mucho en el momento en el que mis contratantes me dijeron que no iba a cuidar ningún niño, sino que en realidad me llevaron allá para hacer trabajos de costura. No tuve más opción que aceptar. Los dueños del negocio eran bolivianos y al igual que yo provenían de la ciudad de La Paz. Eran buenas personas que, con mucha paciencia, me enseñaron a costurar en diferentes tipos de máquinas.
En el lapso de tres meses, no salí ni una sola vez. Permanecí encerrada en la casa de mis jefes costurando prendas, trabajando desde las 7 de la mañana hasta las 9 de la noche, hasta que un día me dejaron salir para acompañar a uno de los trabajadores a comprar algunas cosas que hacían falta en su casa; ese trabajador era el “Chino”; le decían así porque su rostro se asemejaba al de un asiático. En fin, él y yo fuimos a comprar a un supermercado. Todo estuvo bien, hicimos las compras tranquilos. Cuando regresábamos a casa, de pronto, nos encontramos con una mujer que era mi paisana. No sé de qué departamento de Bolivia provenía, pero jamás olvidaré sus tratos despectivos. Ella me observó con tanto asco. Si bien, a mi llegada a ese país me topé con argentinos que me trataron mal, nunca le di suficiente importancia; sin embargo, en esa ocasión, me dolió mucho que alguien de mi propio país me tratara de esa forma, requirió de mucha fuerza contener mis lágrimas…
Pasó alrededor de un mes para que mis jefes me dejaran salir de nuevo. En esa ocasión, me enviaron de compras sola. La incómoda y triste situación de la anterior vez volvió a ocurrir, en esa ocasión, también con mujeres paisanas: una madre y su hija. Ambas no paraban de observarme con desprecio, mientras hablaban de mi apariencia. Sin embargo, en lugar de tristeza, sentí mucha rabia e impotencia pero no pude responderles porque admito que les tuve miedo. Después de esa experiencia, no quise salir más.
Un día la jefa trajo de Bolivia a sus sobrinas que llegaron de vacaciones, eran dos jovencitas. Ellas se quedaron con nosotros aproximadamente durante un mes. Si bien estas dos muchachas tenían 20 y 17 años de edad, su comportamiento era terriblemente infantil, tenían conductas pasivo-agresivas conmigo, me trataban como a su sirvienta personal, me pedían cosas de manera poco educada y a veces hablaban mal de los otros trabajadores que, por supuesto, también eran bolivianos. Más que nada, hacían alusión a su apariencia y decían cosas como “Estos indios negros, ¿qué se han creído al venir a este país?”, “Por culpa de gente como ellos nos dicen bolitas” y “¿Ves cómo se visten? Intentando estar a la moda… Con esas prendas lucen muy vulgares”. Se atrevían a lanzar este tipo de improperios cuando ellas también eran de tez morena.
Un día decidí regresar a Bolivia porque ya estaba muy cansada de todos los malos tratos y de los extenuantes horarios de trabajo. Además, el año ya se estaba terminando y pensé que sería bueno retomar el colegio. Entonces, fui a un café internet a hacer una llamada por correo y, luego de hablar con mi madre avisándole de mi regreso, todavía me quedaba un poco más de tiempo que aproveché para navegar en internet.. Mi curiosidad me llevó a echar un vistazo a los perfiles de Facebook de las dos sobrinas de mi jefa. E, increíblemente, vi que la mayoría de las publicaciones de ambas chicas eran proclamaciones de amor y afecto hacia Bolivia y su gente. Entre sus publicaciones, se encontraban fotografías tomadas con los hijos de dueños de otras empresas costureras, diciendo lo lindo que era encontrarse con paisanos, cuánto extrañaban su tierra y un montón de falacias más. Me resultó increíble ver cómo decían maravillas, casi poéticas, acerca del país; y, al mismo tiempo, menospreciaban a los bolivianos que estábamos allí, cerca de ellas. Nunca en mi vida fui testigo de un acto de cinismo tan grande como ese.
Al cabo de unos días aproveché que el Chino viajaba a Bolivia para visitar a su mamá y regresé con él. Nuevamente, me sorprendió que me dejaran pasar la frontera con tanta facilidad. Apenas pise territorio boliviano, me sentí como en casa e increíblemente —por primera vez en mi vida— me sentí más boliviana que nunca. Todavía me invadía la tristeza por la partida de mi padre; pero, aun así, estaba lista para empezar un nuevo año escolar y para reencontrarme con mi familia que, para ese entonces, ya había superado la crisis económica que nos afligía meses atrás. Todo gracias a mi madre ,que tuvo que migrar a Chile para conseguir empleo allá y de esta forma suplir nuestras necesidades… Y, quien sabe, enfrentarse a situaciones iguales o más espinosas que las mías.
Publicado el 22 de octubre de 2021
[1] Esta crónica fue presentada el año 2021 para la materia Sociología Boliviana I, dirigida por el docente Mario Murillo Aliaga, en la carrera de Sociología de la Universidad Mayor de San Andrés.