Rebeca Natalia Arandia Páez - Instituto de Investigaciones Sociológicas “Mauricio Lefebvre”
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En este espacio se difunden trabajos de los estudiantes de Sociología de la UMSA que tienen un componente de investigación, con el propósito de alentar el desarrollo de habilidades de escritura en la idea de que esta práctica está íntimamente relacionada con el pensamiento crítico y creativo.
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ENTRE OPINIONES Y CONSEJOS[1]
Rebeca Natalia Arandia Páez[2]
Durante el colegio solemos vivir el presente. Rara vez nos preguntamos qué haremos después; pero eso cambia al llegar el último año. Las preguntas sobre el futuro llegan de todas partes: maestros, compañeros, familiares y de ti misma. Al iniciar el 2020, creía que esa etapa aún estaba lejos. Claramente, me equivocaba.
Cambio es la palabra que identifica al 2020. Después de cuatro meses de cuarentena rígida, me encontraba saliendo de la ducha, en pocos minutos debía ingresar a las recientemente instauradas clases virtuales; pero ese pensamiento se interrumpió por la voz de mi mamá: “¡Felicidades!”. La miré muy desconcertada. Ella continuó: “Ya eres bachiller, clausuraron el año escolar”. El Ministro de la Presidencia estaba en el canal de noticias nacionales acompañado de un gran titular: “CLAUSURAN EL AÑO ESCOLAR”. Recuerdo escucharlo decir que ese año no habría reprobados y los pensamientos y sentimientos me invadieron desordenados, la incertidumbre se apoderó de mí. Pronto tendría que decidir qué hacer el resto de mi vida.
Los días siguientes me sentí acosada. Mi familia me preguntaba qué iba a hacer y las universidades no dejaban de llamar ofreciendo cursos y semestres extraordinarios. Mis padres me aclararon, desde un principio, que me apoyarían en lo que decidiera hacer con mi vida; es más, también me ayudaron buscando opciones. Para ellos todo se reducía a tres posibilidades: no estudiar y ponerme a trabajar, estudiar en una universidad privada o estudiar en una universidad estatal.
Una tarde, mientras comíamos, llegó la charla que mis papás deseaban tener conmigo. No fue específicamente para preguntarme qué es lo que quería, sino para explicarme lo que querían para mí. Iniciaron contándome sus experiencias en la universidad, ambos estudiaron en la estatal y sentí que se esforzaron por mostrarme que no era “la mejor opción”. Muchas veces mencionaron las palabras: incómodo, irresponsable, obsoleto y politizado. Después me contaron sobre sus experiencias laborales comparándolas las de sus amigos, ya que mis papás iniciaron su vida laboral recibiendo menos del sueldo mínimo de ese entonces; en cambio, algunos de sus amigos que habían estudiado en universidades privadas, empezaron ganando mucho más. Finalmente me contaron que, de no haberse vuelto independientes, no podríamos vivir cómodamente en la actualidad, ya que ambos renunciaron a las empresas para las que trabajaban con el fin de crear la suya propia y sustentarse con ésta.
Mientras me hablaban, era inevitable pensar que su experiencia mostraba claramente las desventajas de ser profesional en una sociedad donde la informalidad gobierna. Y, de hecho, creo que tienen razón porque la libertad financiera les llegó cuando por fin dejaron de trabajar para terceros. Entonces, podría ser mejor opción desarrollarse económicamente antes que académicamente. Esto cambia la idea de que, si no eres profesional, no eres nadie. Al respecto, siempre hubo algo de resentimiento en sus palabras, algo así como una “memoria histórica”, ya que antes se veía a los profesionales como la élite, aunque no aportaran o incluso perjudicaran a la sociedad. Por eso mis padres sentían la responsabilidad de crecer por cuenta propia, sin depender de los más “altos”, sea quienes sean los que ocupasen ese lugar.
Sin embargo, para mí había otra cara de la moneda y tenía que ver con mi independencia. Al escucharlos decir que no estudie y me quede a vivir en mi ciudad natal, y más bien cree un negocio, me hacía preguntarme si no estudiar y no salir de mi casa era lo que buscaba. Su consejo, “nosotros financiamos el negocio que quieras, pero debes quedarte para poder hacerlo”, realmente no me convencía. Me hubiera sentido atada a ellos si tomaba esa opción. A esa sensación debía sumarle lo que mencionaba al principio: no tenía idea de lo que quería hacer, ni siquiera de lo que me gustaba, todo pasaba demasiado rápido.
Durante la misma charla, me preguntaron qué universidades se habían contactado conmigo —todas habían sido privadas, por supuesto— y me preguntaron si alguna de las carreras que tenían me gustaba. Mi respuesta: no. Pero en ese momento fue cuando ellos insistieron en algo: me propusieron que intente pasar clases en las universidades que quisiera, que pruebe de todo para ir descartando. Al fin y al cabo, el año escolar había sido clausurado en agosto; tenía casi un semestre para decidir.
Realmente me pareció una buena forma de descubrir qué quería hacer. La única carrera que me llamaba la atención era Medicina, así que decidí apuntarme a cursos de preparación para el examen de admisión de la UMSA. ¿Por qué me incliné a la universidad estatal en este caso? Solo lo hice porque sentía que así podría tener más libertad. Sin embargo, mis papás insistieron en que también pasara clases de nivelación de la Univalle, también para Medicina, insistencia a la que accedí. Pero ellos y yo creíamos que no era suficiente para que pudiese decidir, especialmente porque mi inclinación a la medicina era mínima, únicamente sobresalía porque era la única carrera que me llamaba la atención. Entonces, mi papá me contó acerca de una escuela de negocios de la Universidad Católica de La Paz (ePC). Él me había hablado de ésta antes, porque un amigo suyo trabaja allí y la propuesta era interesante. Me insistió para que inicie el semestre extraordinario en la carrera que desee y, después de algunos días, terminé inscribiéndome en “Creación y Desarrollo de Empresas”.
Los meses que estuve haciendo esas tres actividades fueron reveladores. Y tal como mis papás me dijeron, con el paso del tiempo, fui descartando opciones. La primera opción que descarté, no estudiar en una universidad privada, fue difícil de asimilar para mi familia. La razón principal fue porque me sentía atosigada todo el tiempo y lo irónico es que la causa de esa sensación era la amabilidad de los docentes y administrativos. Por ejemplo, en la Univalle, siempre consultaban si el tiempo para la entrega de tareas era adecuado, si las clases se entendían o no. Pero lo que menos me gustó fue que cada semana me llamaran para preguntarme qué me parecía el curso y si podían ayudar en algo. Al principio me sorprendió el interés que tenían, pero luego se volvió muy molestoso. Sentía el control bajo una máscara de amabilidad y preocupación. Mis padres me repetían que así es como deberíamos tratarnos todos, con amabilidad y preocupación: “Te tratan mal, y así siempre ha sido. Como te has acostumbrado, te parece raro que sean amables ahora”.
La segunda opción descartada fue estudiar medicina, simplemente porque los contenidos no me apasionaban. Pero esto fue, en realidad, gracias a las materias que pasaba en la ePC, en específico, gracias a la materia de Sociología: tenía una clase de Anatomía que se cruzaba con la de Sociología, y siempre escogía pasar la segunda, ya que representaba un reto, algo desconocido que —lo viera por donde lo viera— me causaba curiosidad.
Además de los contenidos teóricos que avanzamos, hubo un trabajo que desataría un nuevo tipo de pasión en mí. El docente Remiro Molina Barrios nos pidió realizar un video en el que expliquemos alguno de los temas avanzados a través de una experiencia. Elegí parte de la teoría de Durkheim, el concepto de hecho social y su relación con acciones concretas durante la pandemia. Esto funcionó como catalizador que convirtió simples pensamientos dispersos en una estructura que parecía explicar el comportamiento de mi entorno. Claramente no fue tan así, intento decir que sentí una catarsis gracias a ese trabajo. Veía la clase de Anatomía plana frente a esta situación.
Una mañana, durante el desayuno, comenté sobre esta materia. Entonces mi madre me dijo: “¿Y sabías que Sociología es una carrera?”. Al principio no le di mucha importancia a esa pregunta; pero más adelante, a lo largo de tal vez una semana, resonaría en mi cabeza a menudo. Cada día mi cuerpo buscaba esa emoción, recién conocida, por enlazar ideas y situaciones. Esto fue evidente para mi familia, por lo que, casi imperceptiblemente, me impulsaban a indagar más. Sus acciones fueron el detonante de lo que haría después.
En fin, todavía no había descartado la opción de no estudiar y trabajar, quizá la más esperada para mi familia. Cuando estaba ya segura de lo que quería hacer fue el momento de hablar con mis padres. Les dije que sí quería estudiar, que no descartaba el crear un negocio; pero realmente no tenía ideas para crear algo sin siquiera probar lo que ahora me atrae. Entonces tomé la decisión de estudiar, y estudiar Sociología.
Poco a poco veo que ésta es la decisión correcta. La Carrera de Sociología no solo me permitió ver con ojos críticos esta experiencia que puede parecer simplista, sino también ha permitido mi inserción en lo incómodo, en las preguntas que no se quieren responder y en las respuestas que no se quieren cuestionar. Sociología me invita a la comprensión de lo que hacemos y por qué lo hacemos. Y en la amplitud de lo que esto significa, nos da la capacidad de prestar atención a situaciones aparentemente limitadas, cuyo análisis aclara nuestro presente.
Publicado el 26 de noviembre de 2021