Joel Astorga Chavez - Instituto de Investigaciones Sociológicas “Mauricio Lefebvre”
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En este espacio se difunden trabajos de los estudiantes de Sociología de la UMSA que tienen un componente de investigación, con el propósito de alentar el desarrollo de habilidades de escritura en la idea de que esta práctica está íntimamente relacionada con el pensamiento crítico y creativo.
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LA BOLIVIANIDAD EN LAS “HONDURAS” DE UNA RENUNCIA INESPERADA[1]
Joel Astorga Chavez[2]
En 1983, el sociólogo René Zavaleta planteó en el programa De Cerca,durante una entrevista con el periodista Carlos Mesa, que para saberse y reconocerse boliviana/o se debe conocer qué es‘no ser boliviano/a’. Enoctubre del año 2019, me encontraba en un pueblo del norte hondureño, llamado Intibucá; estaba pronto a culminar mi cuarto año en Honduras trabajando para una organización del norte global. La particularidad de ese año se debió a la confluencia de una serie de encuentros y desencuentros entre bolivianas/os y, aunque me encontraba a una distancia considerable de Bolivia, los efectos no demoraron su reflejo en la convivencia con mis colegas del norte global y amistades hondureñas.
En octubre de 2019 se realizó la liza electoral en Bolivia para la elección de nuevas autoridades nacionales. Los medios de comunicación hondureños replicaron las noticias desde canales internacionales;algunos comentaron sobre el evento que se había desarrollado en Bolivia, otros solo las presentaron. En Honduras no hay embajada ni consulado boliviano, por lo cual, no pude ejercer mi derecho al voto. Sin embargo, procuré hacerseguimiento de los medios de comunicación bolivianos, era de mi interés saber cómo se desarrollaba la situación; al fin y al cabo, toda persona boliviana que trabaja fuera del país guarda la esperanza de regresar. No sabía qué esperar de las elecciones, los dos principales partidos contendientes tenían la posibilidad de resultar vencedores.
El Tribunal Supremo Electoral (TSE) transmitía los datos del escrutinio, pero —en cierto momento de la noche— esa transmisión se detuvo. La preocupación y desencanto por esa irrupción me generó demasiadas dudas sobre la legitimidad delas elecciones. Las redes sociales como Facebook o Twitter se inundaban de personas que cuestionaban y lapidaban la decisión asumida por el TSE. Pronto, el país comenzaría un proceso de disputa entre las personas que apoyaban al partido de gobierno y quienes no se sentían representados/as por él. Los subsiguientes conflictos, marchas y peleas en las calles llegaron a ser noticia internacional. El foco mediático puesto sobre los problemas, mecanismos de solución y diálogo bolivianos dio paso a que el mundo se entere —nuevamente— de la existencia de Bolivia; mis colegas del norte global no fueron la excepción.
Probablemente, uno de los aspectos más interesantes de las relaciones de poder entre las/os ciudadanas/os de países ‘desarrollados’ y aquellas/os de países en ‘vías de desarrollo’ son las pautas de cortesía presentes en su interacción. Mi puesto de trabajo requería mantener comunicación constante con todo el equipo; por lo cual, las preguntas sobre lo que estaba pasando en Bolivia eran cotidianas. La cotidianeidad laboral da lugar a conversaciones casuales que evaden los límites de la formalidad; entonces, comentarios y bromas entremezcladas con sentires personales esgrimen sobre la mesa las verdaderas posiciones políticas.
Para muchos/as de mis compañeros/as, las personas hondureñas eran demasiado —por no decir ‘en exceso’— flojas, impuntuales y con tendencias criminales; las ciudades eran sucias, atrasadas y desorganizadas.Despuésde las críticas, bromas y comentarios sobre Honduras, confluía siempre una pregunta: “¿Y cómo es Bolivia?”. Las manifestaciones, vigilias y enfrentamientos entre bolivianos/as, en octubre, parecían dar respuesta a mis colegas. Para ellas/os, apoyados en los medios de comunicación anglosajones, Morales era un dictador y su compañero boliviano —es decir, yo—estaba a salvo de esa “barbarie”. Es interesante, sin embargo, que ninguna de las personas con críticas duras para Honduras tenía la determinación de regresar a su país de origen. En alguna ocasión le pregunté a uno de ellos:“Si tanto te molesta estar aquí, ¿por qué no regresas a tu país?Y su respuesta fue: “Porque aquí soy alguien”.
El jurista Sergio Almaraz, al describir la mentalidad de la oligarquía boliviana, escribió: “Se sentían dueños del país, pero al mismo tiempo lo despreciaban” (Almaraz, 2017:541). Efectivamente, es un juicio de facto referido al pensamiento de bolivianas/os con respecto a su país. Pero, parece necesario y justo reflexionar sobre la posibilidad de que ese pensamiento no sea ajeno a las personas extranjeras que viven en nuestros países. Y, si fuera así, ¿podría ser que el desprecio que entendemos como propio es resultado del desprecio que otros proyectan hacia nuestros países? René Zavaleta, al criticar la incapacidad boliviana y paraguaya para evitar la Guerra del Chaco, planteó que esta se habría impedido “(…) si se hubiera tratado de países no sometidos a semejantes presiones emocionales, acumuladas y no racionalizadas jamás”.Así, parece establecer una conexión entre la autoestima nacional e influencias externas a su construcción.
La interacción con mis colegas latinoamericanos, sobre los conflictos bolivianos, era distinta. Lo agradable de la conversación con personas de la regiónera el respeto y la apertura que tenían para escuchar mis preocupaciones; aunque, disimuladamente,guardabansilencio a favor de Morales. El trabajo con instituciones estatales de la mano de organizaciones pertenecientes a países del norte global permite desmontar el ‘romanticismo’ alrededor de las donaciones o apoyos financieros externos. La empatía de mis colegas latinoamericanas/os surgía de la preocupación de que Bolivia asuma una lógica similar a la hondureña; en otras palabras, que su soberanía se diluya en los ‘pagos’ a países extranjeros.
Almaraz, al respecto, explica que,tras la victoria de los intereses de Estados Unidos en Bolivia durante el golpe de estado de 1964, la historia derivó en un fenómeno:la ciudadanía boliviana ya no se sentía cómoda consigo misma y entre sus miembros (Almaraz, 2017). Tanto mis colegas latinoamericanos/as como yo percibíamos que el trabajo de las secretarías nacionales en Honduras ya no dependían de los planes nacionales sino de las donaciones provenientes de otros países. En ese sentido, las agendas políticas no eran propias, pues no partían de la necesidad e interés de su ciudadanía; los planes y proyectos dependían de los intereses económicos y políticos de los gobiernos “solidarios”. La situación de Bolivia me ubicaba en una posición de indecisión, yo no quería eso para mi país. En el caso de la interacción entre países del norte global con Honduras, por ejemplo, muchos de los proyectos de colaboración tienen relación con la producción de productos o la protección de territorios específicos, porque son industrias o espacios que proveen materias primas a sus países.
Por otro lado, también encontré opiniones hondureñas y nicaragüenses a favor de la posible caída de Morales. Sus opiniones pivotaban alrededor de la idea de que Bolivia, al alinearse con un modelo económico más liberal, podría crecer y desarrollarse más rápidamente. Almaraz, sobre ese tema, relata aquellos deseos no consumados de la oligarquía boliviana, deseos que involucran la emulación simbólica de las sociedades europeas como sinónimo de modernidad (Almaraz, 2017). Ahora me pregunto: ¿Hasta qué punto entendemos el desarrollo desde nuestra visión propia de país independiente? Y, ¿ese desarrollo implica —en algún grado— la renuncia a nuestra soberanía nacional? Probablemente, dichas preguntas podrían encontrar parte de su respuesta en los argumentos de Zavaleta. El sociólogo arguye que las glorias pasadas de Charcas enfermaron a Bolivia, no permitiendo que su ciudadanía salga de la condición de ‘engreimiento’; estado que no posibilita a países como Bolivia reconocer que la adopción de modelos ajenos a su realidad la coloca en un “estado de guerra constante con su propia población” (Zavaleta, 1998: 26).
Llegó noviembre. Me enteré de la renuncia inesperada de Morales a la mañana siguiente de su dimisión. Había recibido mensajes de familiares y amistades en Bolivia; tampoco faltaron llamadas y mensajes de colegas de Honduras y de Canadá. Todo parecía ser un caos con tintes surrealistas. Circulaban dos versiones: la primera, que fue un golpe de Estado; la segunda, que fue una renuncia constitucional. Mi jefa, de nacionalidad hondureña, me ofreció la posibilidad de regresar a Bolivia si fuese necesario. La memoria histórica que ella albergaba como hondureña le permitía ser empática: Honduras también había pasado por dos situaciones similares, un golpe de estado en 2009 y un fraude electoral en 2017. La empatía y solidaridad expresada por las personas hondureñas provenía de su vivencia propia; a sus ojos lo que estaba pasando en Bolivia podría resultar no sólo en la pérdida de la dignidad y en el empobrecimiento, sino también en la pérdida de la soberanía.
Almaraz nos alerta sobre el significado de la pobreza ajena para los países poderosos. Desde la perspectiva de Almaraz, la pobreza es vista como‘puertas abiertas’ a los procesos de colonización. Es una oportunidad para los países poderosos de efectivizar y operativizar sus agendas e intereses a través de sus organizaciones (Almaraz, 2017). Durante esos días, tuve miedo por Bolivia, miedo de que su crisis hubiese sido producto de maquinaciones extranjeras. No en vano nuestro autor afirma: “(…) pretenden hacer un país prescindiendo de todos los componentes genuinos (…) todo lo que es boliviano no armoniza con sus planes” (2017:588)
En mis cuatro años de vida en Honduras, vi cómo las personas caían en la renuncia de su dignidad, pérdida que trasciende los ámbitos formales y abarca las relaciones interpersonales. Por ejemplo, en un país con una población mayoritaria de piel trigueña, personas de piel blanca y con cabello rubio —como mis compañeros/as— atraían en demasía la atención. En ocasiones, las personas de países latinoamericanos parecían obsesionadas con la idea de establecer un vínculo amoroso con una persona del norte global. Bajo la lectura de Sergio Almaraz, entendemos que el prestigio en un país con vestigios de opresión colonial está ligado a los vínculos sanguíneos y familiares existentes o preexistentes con españoles/as (Almaraz, 2017). En este caso, el establecimiento de un vínculo emocional con una personanorteamericana o europea podría traducirse en estatus de privilegio para la persona hondureña y, en el mejor de los casos, en una ‘visa’. Justo lo que plantea Almaraz: “…donde pequeños círculos se disputan el privilegio de ser amigos del extranjero” (2017:552).
Para finalizar, la interacción tripartita entre mi nacionalidad boliviana, mi estancia en Honduras y el trabajo con una organización extranjerame permitió —en relación con otras identidades nacionales y sus implicancias— reconocer mi ‘ser boliviano’.Son implicancias que involucran —de una manera u otra— reconocer nuestro lugar y espacio en la jerarquía global establecidapor las fuerzas extranjeras, pautando la realidad material que nos une en tanto bolivianas y bolivianos.
Almaraz nos dice que quienes oprimido/a puede salvarse por medio de sus propias fuerzas; la historia boliviana, que no es un ‘escaparate’, nos pone en perspectiva sobre nuestra lucha y su sujeto político colectivo (Almaraz, 2017). Aquella historia que, en retrospectiva,nos permite entender el cómo y el porqué de nuestro paso de imperio a colonia, de colonia a república, y de república a estado plurinacional;en otras palabras: el proceso a través del cual Bolivia adquirió la capacidad de pensarse a sí misma y, por lo tanto, de cada boliviana y boliviano de hacer lo mismo. Por otro lado, al dejar de ver la historia como un ‘escaparate’ es posible racionalizar discusiones erráticas, que en lugar de unir, fragmentan el ‘ser boliviano/a’. Basado en esa afirmación,¿qué es ser boliviano/a? No podría dar respuesta a semejante pregunta, pero —y en mi opinión— esas fuerzas son lo poco o mucho que hemos desarrollado y alcanzado. Por lo cual, y aunque tenemos un amplio camino por recorrer en nuestra ‘bolivianidad’, sólo bolivianos y bolivianas podemos definir nuestro destino.
BIBLIOGRAFÍA
Almaraz, Sergio (2017). Obra reunida / Sergio Almaraz Paz,2.ª ed. La Paz:Plural.
Laguna, Arian (7 de mayo de 2019). Entrevista de Carlos Mesa a René Zavaleta [registro de video]. Recuperado de https://youtu.be/bhvEBX_lzn8
Zavaleta, René (1998). 50 años de historia, 1.ª ed. La Paz: Los Amigos del Libro.
Publicado el 1 de octubre de 2021
[1]Esta crónica fue presentada el año 2021 para la materia Sociología Boliviana I, dirigida por el magíster Mario Murillo Aliaga, en la carrera de Sociología de la Universidad Mayor de San Andrés.
[2]Estudiante de la carrera de Sociología. E-mail: sir.joeastor@gmail.com