Daniela Ramírez Zambrana - Instituto de Investigaciones Sociológicas “Mauricio Lefebvre”
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En este espacio se difunden trabajos de los estudiantes de Sociología de la UMSA que tienen un componente de investigación, con el propósito de alentar el desarrollo de habilidades de escritura en la idea de que esta práctica está íntimamente relacionada con el pensamiento crítico y creativo.
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“LLEVEN CARTELES Y ME MANDAN FOTO”[1]
Daniela Ramírez Zambrana[2]
Me resulta difícil comenzar a contar y explicar una vivencia mía sin mencionar a mis padres. Ambos, tan distintos, tuvieron algo en común cuando elegí mi carrera universitaria. Mi madre, que venía de una familia de escasos recursos, no había completado una carrera y ciertamente buscaba que estudie algo que genere dinero. Mi padre, por otro lado, pasó gran parte de su vida estudiando y, al ser dirigente fabril desde muy joven, consolidó un pensamiento ideológico para después —durante toda su vida— dedicarse a la política; para él, lo más importante era que yo nunca estudiara nada relacionado con eso.
Para tranquilidad de mi padre, hasta el bachillerato presencié la historia, la política y el entendimiento de la sociedad como algo ajeno a mi cotidianidad. Ya en la universidad opté por la carrera de Ingeniería Ambiental y todo parecía ser algo técnico, lleno de cálculos y fórmulas (mi padre feliz, por supuesto). Sin embargo, hubo un momento que marcó una diferencia en el pensamiento que, hasta entonces, se había construido en mí: la marcha por el TIPNIS.
El año 2011, en medio de una clase, una docente nos informó sobre la marcha del TIPNIS (de la que yo había escuchado solo por las noticias). Nos explicó que era lamentable lo que se pretendía hacer en contra del medio ambiente y que era importante unirnos a dicha marcha porque éramos futuros ingenieros ambientales y debíamos salir a defender la naturaleza y la vida en ella. Al finalizar, la docente nos dijo: “Lleven carteles y me mandan foto, los que asistan tendrán 10 puntos más en su examen” (en realidad, creo que esa oferta nos motivó más a asistir a la marcha).
Fue así como una, mañana de septiembre, algunos compañeros de la universidad y otros grupos de activistas salimos a las calles. Francamente, para mí aquella marcha no tenía mucho sentido político, social o activista porque muchos de mis compañeros ni siquiera entendían para qué estaban ahí. El panorama cambió cuando, por la tarde, los noticieros se llenaron de imágenes y videos de una fuerte represión a los indígenas que pretendían llegar a la sede de gobierno en una especie de caravana. Recuerdo claramente que, en ese momento, aquello que para mí no tenía un significado importante, para otros (puntualmente, los pueblos indígenas ubicados en el área de influencia directa que tendría la carretera) significaba la protección de su territorio a cualquier costa.
Dos cosas me llamaron la atención aquel día. La primera fue ver que en la marcha se encontraban niños, mujeres y adultos mayores (casualmente, el foco principal de noticia en los medios de comunicación) que iban quedando rezagados o detenidos en el camino y llevados a sus tierras de origen. Lo segundo que llamó mi atención fueron las múltiples reacciones de mis amigos; algunos, espantados, hablaban de una masacre (aunque no recuerdo escuchar de fallecidos); otros aprovechaban ese episodio para hablar de familiares que trabajaban en el Gobierno de aquel entonces y de los supuestos casos de corrupción que diariamente descubrían; finalmente, hubo un grupo que callaba y en ese me encontraba yo... sintiendo el poco valor que le había dado a la problemática, y cómo para mí y para muchos compañeros esa situación no representaba más que números y cálculos.
Durante los siguientes días me dediqué a leer más sobre aquel tema; no resultaba difícil, pues... pues diariamente se publicaban artículos que argumentaban a favor y en contra de dicha carretera. Entonces, aprendí que aquel territorio, considerado “territorio virgen”[3], conocido como TIPNIS (Territorio Indígena Parque Nacional Isiboro-Sécure), es habitado principalmente por tres naciones indígenas (moxeña trinitaria, tsimán y yuracaré) y que sus 1.091.656 hectáreas fueron legalizadas bajo el título de Tierra Comunitaria de Origen (TCO). Su organización en comunidad es representada por sindicatos agrarios afiliados a centrales y federaciones. Al interior del parque también hay 25 estancias ganaderas donde la población indígena es contratada eventualmente por los hacendados, quienes controlan de alguna manera los principales flujos de la economía local.
En ese punto de la lectura que tuve, me quedaba claro que aquel territorio no era del todo “virgen” y me llamaba la atención la presencia de hacendados; ésa era una discusión que me remontaba a un tipo de estructura agraria prioritariamente cruceña antes de 1952, con la presencia de finqueros[4] y jornaleros[5] que representaban ese poder hacendal–patrimonial. En el oriente del país este tipo de estructura era, además, la representación de un tipo de dominación regional colonial, conservadora y reaccionaria, ya que en ese tiempo estos grupos también funcionaban como los principales proveedores de bienes al mercado. Ante la existencia de ese tipo de estructura en un Estado recientemente declarado Plurinacional, quizás se debía analizar una relación más sofisticada, quizás en realidad el poder sobre la Amazonía (región a la que pertenece el Tipnis) aún estaba en manos de una élite hacendal, pero empresarial. No es descabellado pensar que empresas y gobiernos extranjeros negocian el cuidado de los bosques (tal es el caso de los bonos de carbono, por dar un ejemplo global), a cambio de la reducción de impuestos. En síntesis, aparentemente, el TIPNIS tenía dueños externos, y el poder político y económico no estaba en manos de los indígenas que salían a marchar ni del Estado que intentaba reprimirlos.
A propósito de esa duda y aprovechando que en Ingeniería Ambiental teníamos un espacio para compartir ideas a través de la escritura, redacté un pequeño texto titulado “Quién tiene el poder en la Amazonía”, con la ayuda de una docente fabulosa que, sin dudar, me decía: “Escribí todo lo que piensas”. En ese pequeño texto expliqué que en el TIPNIS había al menos ocho empresas madereras que ocupaban territorio concesionado por los mismos indígenas; además, tres empresas que se encargaban de la compra y venta de lagartos capturados, también, por los indígenas. Asimismo, expliqué que para mí no era una idea descabellada continuar con la construcción de la carretera, cuyo trazo fue establecido en un proyecto que data de 1990, como tampoco se podía descartar la idea de que había un negociado interno que articulaba a dirigentes y empresarios. Como mis compañeros eran todos, o en su mayoría, futuros ingenieros ambientales, me llovieron las críticas sobre mi falta de conocimiento respecto a la modificación de sistemas de vida, microclimas y la deforestación que esa carretera provocaría. Sin embargo, debo aclarar que conocía sobre el impacto ambiental que tenía y tiene ese proyecto, y que no hay un proyecto que no genere impacto.
Después del día en que mis compañeros refutaron mi posición, pero no el contenido del mismo respecto al tema en cuestión, llegó a La Paz la denominada Marcha Indígena en Defensa del TIPNIS. La universidad en la cual estudiaba promovía actos de solidaridad, por lo que enviaron a algunos cursos a colaborar con víveres, ropa y lo que pudiera necesitar la gente que llegaba después de la larga caminata. El día que colaboramos, algunos amigos que quedaron muy ofendidos por lo que escribí aprovecharon para decirme cosas como “Esta gente no sabe ni leer, y ¿tú crees que van a estar negociando con empresarios?”, o “si trataran con empresarios, ¿tú crees que no tendrían, por lo menos, algún buen zapato?”. Francamente, no supe qué responder. No entendía qué tenía que ver una cosa con la otra, no entendía la necesidad de comentarios tan clasistas, donde aprovechaban cualquier cosa, como la mala pronunciación, la falta de escritura, la forma como lucían para (quizás sin querer) mostrarse superiores a ellos mediante mofas, o comparaciones triviales con personajes caricaturescos.
Ese mismo día, un joven empezó a gritar algunas consignas de ánimo para los marchistas en las que decía que no estaban solos, que el Gobierno no tocaría ese territorio que es de los bolivianos, y que los acompañarían hasta el final en su lucha. Terminé el día pensando en si a los jóvenes y algunos activistas les interesaban más el territorio “virgen” que las comunidades que lo habitaban y a quiénes realmente les pertenecía. Durante ese día, me acerqué a personas que me contaban lo difícil que era salir desde algunas comunidades, a algunos les tomaba días llegar a un pueblo para abastecerse de medicamentos cuando la medicina tradicional no era suficiente. Contaban, también, que sus familiares simplemente fallecían cuando los doctores no podían llegar a tiempo, sobre todo en temporada de lluvias, cuando se hacía imposible entrar o salir de sus territorios.
Después de un tiempo en el que mi tema favorito fue el TIPNIS, di por hecho que esa carretera era necesaria y que todo proceso de integración y acercamiento de y con las comunidades es importante para ellos y para nosotros. También descarté falacias como como aquella que pronosticaba la invasión de los productores de coca; al margen de la sanción por la hoja de coca ilegal o la delimitación imaginaria de área forestal del TIPNIS, los dos tramos construidos ya habrían materializado esa idea. Al parecer, esa idea de la producción de hoja de coca pretendía un separatismo de indígenas de tierras bajas, versus campesinos de valles y tierras altas. Los primeros serían respetuosos y protectores de la madre naturaleza; los segundos, considerados nocivos y destructores. La creación de ese dualismo me recordó el tiempo en que se sugería que aymaras y quechuas debían portar pasaporte para ingresar a tierras cruceñas[6]. Así comprendí que el criticismo contra el extractivismo en el país es un poderoso motivador para la movilización social y que ello no considera una ruta gradual en la que primero se llegue a satisfacer las necesidades urgentes de la población, para luego construir un sistema más comunitario y equitativo.
Al final de todo lo aprendido, terminé con lecturas políticas, sociales y quizás todo lo que en casa no querían; supongo que ellos también entenderán que lo social y lo político está intrínsecamente relacionado con lo que hacemos y observamos de manera cotidiana, que no somos políticos sino hasta que tomamos una posición frente a un tema controversial, tema que resulta que aparece casi siempre.
Publicado el 8 de octubre de 2021
[1] Esta crónica fue presentada el año 2021 para la materia Sociología Boliviana I, dirigida por el docente Mario Murillo Aliaga, en la carrera de Sociología de la Universidad Mayor de San Andrés.
[2] Estudiante de la carrera de Sociología. E-mail: bdanizam@gmail.com.
[3] Territorio virgen es aquella zona geográfica en la que jamás ha habido constancia de que el hombre haya estado en ella.
[4] Hacendados propietarios de tierra productiva relativamente aisladas sobre la que pocas veces poseían títulos de propiedad.
[5] Trabajaban en las fincas a cambio de casa, comida y, en algunos casos, salario.
[6] El Diario, “Senadores cruceños plantean uso de pasaportes para ingresar a Santa Cruz”, 16 de marzo de 2006.