Vanesa Cepcel Mendoza - Instituto de Investigaciones Sociológicas “Mauricio Lefebvre”

#SociologíaUMSAescribe

 

En este espacio se difunden trabajos de los estudiantes de Sociología de la UMSA que tienen un componente de investigación, con el propósito de alentar el desarrollo de habilidades de escritura en la idea de que esta práctica está íntimamente relacionada con el pensamiento crítico y creativo.

AUTORES

GESTIONES

“MIENTRAS YO VIVA, NO MANDARÁ UNA MUJER”[1]

Vanesa Cepcel Mendoza[2]

 

Vivimos en una sociedad cambiante, mucho más inclusiva y con mayor tendencia al enfoque de la equidad de género; sin embargo, aún se mantienen estereotipos negativos para la mujer, tal y como los describía, hace muchos siglos, Sófocles (1981), en un parlamento de Ismene, personaje de su emblemática tragedia, Antígona: “No, hay que olvidar que somos solo dos mujeres, incapaces de luchar contra hombres; y que somos gobernadas por aquellos que son más fuertes, destinadas a obedecerlos en esta y todavía otras cuestiones más dolorosas”. No obstante, y para beneficio de toda la sociedad, en todas las épocas encontramos a quienes luchan contra los estereotipos y los prejuicios sociales, y en su camino suelen empoderar e inspirar a otras mujeres.

 

Tuve la dicha de vivir con mi abuela materna hasta hace seis años. A pesar de que murió por un cáncer de colon, prefiero recordarla como una mujer de pequeña altura, amable, decidida, reservada, y madre divorciada de dos hijas. En razón a la brevedad de este ensayo, me enfocaré en narrar dos aspectos concretos en la lucha contra los estereotipos de mi abuela, Rosario Camacho Zapata (1951-2015). Primero, describiré su matrimonio y su divorcio, para posteriormente enfocarme en su reinvención dentro la sociedad.

 

Para el desarrollo de este ensayo, recojo y describo la experiencia personal con mi abuela y relaciono los hechos con entrevistas informales a mi tía materna; y expreso mi juicio crítico. Por lo mismo, es muy difícil señalar conceptos específicos empleados, pero sí retomo ideas de la organización ONU Mujeres y de la Convención sobre la eliminación de todas las formas de discriminación contra la mujer:

 

Los estereotipos existen en todas las sociedades: el modo en que percibimos a los demás puede verse determinado por suposiciones simplistas sobre las personas, basadas en caracteres particulares como la raza, el sexo, la edad, etc.

 

Los estereotipos se basan en normas, prácticas y creencias sociales. Muchas veces son de orden cultural, y basados o promovidos por la religión, y reflejan las relaciones de poder subyacentes. Las creencias estereotipadas pueden ser rígidas, pero pueden cambiar y lo han hecho a lo largo del tiempo, lo que representa un desafío y una oportunidad (ONU Mujeres, 2011).

 

Este concepto nos obliga a repensar el camino recorrido por nosotras, por nuestras madres y abuelas, y, en mi caso particular, me obliga a valorar la fuerza y el valor de mi abuela para enfrentarse a una de las más antiguas y arraigadas relaciones de poder: el matrimonio.

 

Mi tía me contó que mi abuela se casó cuando tenía 16 años, lo cual era normal en su época. A ella nunca se le permitió terminar el bachillerato ni mucho menos adquirir algún título profesional. Esta negativa a desarrollar sus habilidades demuestra que los estereotipos negativos “entorpecen la habilidad de las personas de alcanzar su potencial, ya que limita sus elecciones y oportunidades. Están detrás de la discriminación de género declarada y encubierta, directa e indirecta, y recurrente” (ONU Mujeres, 2011). Lastimosamente, ése era el día a día de muchas mujeres, quienes, como mi abuela, no tenían otras opciones ante todo un sistema político, económico y social que las aplastaba.

 

Después de diez años de matrimonio, con al menos 26 años de edad, y dos hijas de nueve y siete años, mi abuela no quiso soportar más maltratos verbales, físicos y psicológicos por parte de su entonces esposo y decidió abandonarlo, llevando consigo a sus hijas y lo que podían cargar. Quizá éste sea el primer estereotipo que pudo destruir, aún después de diez años de casada: el que una mujer pueda tomar sus propias decisiones sin limitaciones basadas en los roles de género o los prejuicios de la época.

 

Puede ser que hoy en día esta actitud no nos represente una gran hazaña; pero basta recordar que, en aquella época, no se contaba con mecanismos que permitieran la autonomía económica de las mujeres, ni que las apoyaran en su capacitación, en su educación, ni mucho menos que las defendieran contra el abuso y el maltrato masculino. En aquella época, muchas mujeres no podían decidir dejar a sus esposos y, muchas veces, estaban obligadas a hacer carne de la frase: “tu marido es, te tienes que aguantar”.

 

La decisión de mi abuela tuvo gran impacto en su familia e incluso ocasionó problemas. Mi tía me contó que, cuando ella llegó a casa de su abuela (mi bisabuela), su tío Pedro (hermano mayor de mi abuela y “cabeza de familia”) quería obligarla a regresar con su esposo. Sin embargo, su abuela, no lo permitió y las acogió nuevamente en su casa. Estoy segura de que para mi bisabuela no fue fácil enfrentarse a los hombres de su familia, pero nos demuestra que la lucha contra los prejuicios en virtud de género puede ser exitosa cuando nos apoyamos y nos empoderamos mutuamente.

 

Si bien ya había alcanzado con éxito el primer objetivo, separarse de su esposo, no era ése el único problema con el que tropezaría. A decir de Bonal y Tome, “Existen muchos estereotipos sociales acerca de los roles masculinos y femeninos, las características atribuidas transgeneracionalmente muestran al hombre en tareas más activas y fuertes; y a las mujeres en roles relacionados con procreación, cuidado, socialización de los hijos, tareas domésticas”. Este estereotipo marcó la vida de varias generaciones de mujeres, obligándolas a abandonar sus estudios y a vivir bajo la violencia económica ejercida por sus esposos. Y fue precisamente ése el caso de mi abuela.

 

En aquel entonces, e incluso hoy en día, son las estructuras sociales las que favorecen las desigualdades e impiden la inserción equitativa de hombres y mujeres. En el caso particular de mi abuela, su exesposo, ante su negativa de regresar, decidió que no tenía por qué seguirla “manteniendo”, ni a ella ni a sus hijas, y se mudó a Cochabamba, donde inició una nueva familia. Éste fue un golpe duro para mi abuela, no solo porque no tenía ninguna preparación laboral, sino porque debía mantener a sus dos hijas.

 

Ante la necesidad económica y con la ayuda de una prima decidió abrir una imprenta, a pesar de que la imprenta en aquel entonces era un trabajo mucho más pesado que ahora. Mi tía cuenta que, al principio, solo trabajaban las dos, por lo que pasaban noches enteras acomodando letras en planchas para cumplir pedidos. Pero, a pesar de los sacrificios, fue este trabajo el que le dio la solvencia económica para enfrentar su divorcio y, lo más importante, le dio la dignidad necesaria para no dejar que nadie volviera a maltratarla a ella ni a sus hijas.

 

Mi abuela me comentó que durante las dictaduras solían imprimir panfletos en contra de los gobiernos militares, los cuales eran repartidos con la ayuda de su hermano. Este acto, a criterio mío, fue impulsado por el hecho de que su exesposo era militar, y la dictadura le recodaba el tiempo que había vivido con él. Pero, fue este acto subversivo el que obligó a su hermano a permanecer escondido por varias semanas y a ella, por el miedo a que lo descubrieran, a cerrar su imprenta. Para decepción nuestra, no conservó ninguna impresión de aquella época, por lo que solo queda el recuerdo de su vivencia personal en la lucha contra todo tipo de opresión.

 

Quiero describir a mi abuela como una mujer que logró romper estereotipos y prejuicios marcados en su época, tanto por su determinación a la hora de romper con el maltrato, como por su tenacidad a la hora de adquirir independencia económica, sorteando la carencia de educación y las dificultades de su época. Sin embargo, y a pesar de todo el camino que recorrieron nuestras madres y abuelas, queda aún mucho por delante. Incluso hoy nuestra sociedad tiene vigente el criterio de Sófocles (1981), expresado en las palabras de Creonte: “Mejor sería, si fuera necesario, caer ante un hombre, y no ser considerados inferiores a una mujer”. Las mujeres seguimos en segundo plano, seguimos relegadas en los procesos de toma de decisiones, ya sean políticas o económicas; no contamos con las mismas oportunidades que los hombres, lo que demuestra la vigencia del patriarcado y su efecto nocivo para la igualdad de género. Confío en que el ejemplo de la vida de mi abuela sirva para entender que, al romper un paradigma dañino, generamos un efecto “dominó” que nos impulsa, no solo a romper otros paradigmas, sino a empoderar a otras mujeres de nuestro alrededor con el único fin de alcanzar la tan anhelada justicia social.

 

 

Bibliografía

 

Duarte Cruz, José María y José Baltazar  García-Horta (2016). “Igualdad, equidad de género y feminismo: una mirada histórica a la conquista de los derechos de las mujeres”. Revista CS, 18, 107-158. DOI: 10.18046/recs.i18.1960

 

ONU Mujeres (13 de julio de 2011). “Cómo contrarrestar la discriminación de género y los estereotipos negativos sobre el género: respuestas de políticas eficaces”. ONU Mujeres. Recuperado de https://www.unwomen.org/es/news/stories/2011/7/countering-gender-discrimination-and-negative-gender-stereotypes-effective-policy-responses

 

Sofocles (1995). Edipo rey. Traducción directa del griego por Mario Frías Infante (1a. ed.). La Paz: Juventud.

 

Fecha de publicación: 22 de julio de 2022

 

[1] Parlamento de Creonte, en la obra dramática Antígona, de Sófocles (1995). Este trabajo fue presentado el año 2021 para la materia “Lenguaje y redacción básica”, en la carrera de Sociología de la Universidad Mayor de San Andrés.

[2] Estudiante del primer semestre de la carrera de Sociología, Universidad Mayor de San Andrés.