Matilde Nuñez del Prado Alanes - Instituto de Investigaciones Sociológicas “Mauricio Lefebvre”

#SociologíaUMSAescribe

 

En este espacio se difunden trabajos de los estudiantes de Sociología de la UMSA que tienen un componente de investigación, con el propósito de alentar el desarrollo de habilidades de escritura en la idea de que esta práctica está íntimamente relacionada con el pensamiento crítico y creativo.

AUTORES

GESTIONES

PAREN BOLIVIA, ME QUIERO BAJAR[1]
Matilde Nuñez del Prado Alanes[2]

 

Marx dice que las revoluciones son las locomotoras de la historia. Pero tal vez las cosas sean diferentes.
Quizás las revoluciones sean la forma en que la humanidad, que viaja en ese tren, acciona el freno de emergencia.

Walter Benjamin

 

Introducción

El objetivo de este ensayo es utilizar el pensamiento sociológico preclásico para intentar analizar la mentalidad actual boliviana en relación al concepto de modernidad, que es crucial para entender la sociología. Para ello utilizaré también algunas de las ideas de sociólogxs contemporánexs bolivianxs, así como algunxs autorxs adicionales en la medida en que sea necesario.

Antes de empezar el análisis del contexto actual, revisaré otros momentos históricos que son esenciales para entender el modo en que la noción de modernidad se instauró en nuestra sociedad. De manera breve, empezaré dando un contexto general sobre las condiciones en que se gestó la modernidad en el contexto europeo, después me concentraré un momento en la Colonia y pasaré por la República, para instalarme finalmente en el Estado plurinacional. Dado que este último se presenta como una ruptura con todos los anteriores momentos, la pregunta que guiará mi análisis es: ¿es realmente diferente el Estado plurinacional o estamos viviendo un proceso más de reactualización de las cadenas de dominación?

No espero dar la respuesta final a dicha pregunta; se trata de un repaso reflexivo. Sé que es imposible ser absolutamente neutral al analizar asuntos que me interesan de manera directa; sin embargo, haré el esfuerzo por ser lo más seria posible, presentando con claridad mi posición personal en la parte de las conclusiones.

 

Modernidad

El Humanismo, los viajes transcontinentales, el Renacimiento y la Ilustración fueron algunos de los hechos clave que confluyeron en el largo proceso de transformación mundial que hoy conocemos como modernidad. En este nuevo paradigma, el ser humano terminó de abstraerse de la naturaleza para posicionarse por encima de ella, sintiéndose así dueño de su propio destino. Este proceso, que fue complejizándose paulatinamente, dio lugar, por supuesto, a una nueva configuración de la sociedad —tanto en Europa como en sus colonias a nivel mundial— y el ser humano, dotado de una nueva racionalidad, no tardó en intentar entenderla y explicarla, dando lugar a teorías políticas, filosóficas, históricas y económicas que fueron la base de las ciencias sociales como las conocemos hoy. Siendo la sociología una de las nuevas ciencias, hijas de la modernidad e indesligables de ella, es necesario explicar un poco más el contexto de su surgimiento.

Como se menciona líneas arriba, la modernidad, aunque se corona con la consolidación del capitalismo[3] tras la Revolución Industrial de los siglos XVIII y XIX, no tiene un inicio preciso ni un final; se trata de una confluencia de varios elementos que la configuraron, de una transición constante que no es, obviamente, pasiva ni unidimensional. Vemos, así, que la Revolución Industrial es una repercusión de varios acontecimientos sucedidos en Europa, como la revolución científica que transformó el conocimiento a partir del siglo XVI —que, por cierto, tuvo mucha influencia del llamado ‘renacimiento islámico’— y la ‘economía de mercado’ que se venía gestando en Europa desde siglos anteriores (Braudel, 1984). Sin embargo, todo ello dependió, a su vez, de la agresiva explotación material y orgánica en las colonias fuera del continente europeo, que le brindó la mano de obra y el auge financiero que necesitaba. Asimismo, se dieron en paralelo y en estrecho vínculo varias transformaciones políticas fundamentales para la configuración de la realidad mundial actual, como la Revolución francesa en Europa y las revoluciones independentistas en otros continentes que dieron lugar a la consolidación de los países y al Estado como tal.

En sí, la transformación rotunda de la organización productiva y económica, el acelerado proceso de urbanización y de movilidad social, las nuevas formas políticas, la consolidación de países, etc., todos aquellos complejos acontecimientos interrelacionados, derivarían de y en una ruptura con las viejas y variadas concepciones de tiempo, espacio y relacionamiento. Es en ese contexto de incertidumbre, expansión, globalización, centralización y crisis[4] donde surge, en Europa, la sociología. Habiendo, pues, nacido marcada por la tiranía de la razón y por la concepción a la vez progresiva, centralizada, escisiva y tecnificada del conocimiento, el espacio y las interrelaciones, no sorprende que las corrientes de la sociología preclásica fueran el positivismo, el evolucionismo y el liberalismo. Tampoco asombra que los ecos de los primeros pensadores sociológicos se puedan reconocer a las largo de los siglos XIX y XX, y estén latentes hasta hoy en día. La transformación constante y la diferencia, así como el orden y la homogeneización, factores que ocuparon un lugar central en el estudio sociológico en su surgimiento, siguen siendo hasta hoy puntos clave del mismo.

 

Colonia

Para estudiar cualquier sociedad perteneciente al ‘mundo occidental’[5] —que sería el caso de gran parte de Bolivia—, es necesario, para empezar, comprender que la perspectiva moderna es una construcción social. Esto es muy importante, pues implica que la modernidad no es el único tipo de sociedad posible, no es el destino de toda ‘la’ sociedad, puede ser transformada y, al mismo tiempo, es resultado de muchas transformaciones. Además, el hecho de que haya tantos factores que confluyen en su construcción, significa que, a pesar de todas las similitudes que puedan tener entre sí, cada sociedad de ese ‘mundo occidental’ tiene sus propios rasgos.

Para el análisis de la realidad boliviana es necesario, entonces, tomar en cuenta el pasado prehispánico y el pasado colonial que la atraviesan, así como los rasgos propios de la actualidad que también la caracteriza. Países como Bolivia, formados en territorios invadidos de manera violenta pero en los cuales, sin embargo, no se eliminó completamente a la población nativa, no pueden ser, pues, analizados históricamente desde perspectivas aisladas y puristas. Así, por ejemplo, Silvia Rivera plantea que “…en la contemporaneidad boliviana opera, en forma subyacente, un modo de dominación sustentado en un horizonte colonial de larga duración, al cual se han articulado (…) los ciclos recientes el liberalismo y el populismo” (2010: 37). Esto es una muestra de la potencia que tiene el entendimiento del pasado para articularlo con el presente.

Una muestra clara —entre muchas posibles— de la complejidad de las perspectivas y horizontes que atraviesan la memoria histórica, no sólo boliviana sino de varios países latinoamericanos, es el caso de los incas. En el siglo XVI, una cultura ancestral, la incaica, fue fracturada por irrupción de una cultura europea en proceso de modernización, la ibérica. Aunque analizando a fondo podríamos encontrar similitudes específicas entre la sociedad incaica y la española —como el centralismo o la marcada tendencia al expansionismo y la dominación—, queda claro que había un enfrentamiento entre dos modos de ver el mundo y relacionarse con él, completamente distintos. La configuración de la sociedad boliviana es resultado, en gran medida, de dicha oposición, aunque no está demás repetir que se trata sólo de un ejemplo elemental y que no es la única cultura que atraviesa el pasado premoderno de nuestra Historia.[6]

Tal como describe Rivera, “[e]n el período colonial formal, la polarización y jerarquía entre culturas nativas y cultura occidental se valió de la oposición entre cristianismo y paganismo como mecanismo de disciplinamiento cultural” (2010: 39). Este juego de antagonismos forma parte de una mirada estructuralista y da pauta, ya desde la configuración de la modernidad, de cierta concepción evolucionista de las sociedades —o en este caso, de las creencias— donde una se ubica ‘encima’ o ‘delante’ de la otra. Pero las cuestiones ideológicas no son, por supuesto, los únicos motivos por los cuales se instauró la Colonia en el continente americano. Existía otro tipo de intereses —quizás los centrales— mucho menos espirituales de por medio. No es el objetivo de este ensayo entrar en detalles sobre, por ejemplo, las reformas toledanas del siglo XVI o las reformas borbónicas del siglo XVIII; sólo cabe recalcar que el interés en consolidar colonias integradoras de América al sistema europeo, en lugar de simplemente destruir los territorios invadidos y acabar con sus poblaciones como se habría hecho en muchas ocasiones previas a lo largo de la historia, no es mera coincidencia.

Se sabe que los beneficios de explotar no sólo la mano de obra indígena, sino los inacabables —desde su punto de vista— recursos del territorio invadido fueron fundamentales para el mantenimiento de la Corona y para la constitución de los Estados modernos a partir del siglo XVIII, así como para la conformación de la élite criolla que luego se consolidaría como clase hegemónica de la naciente República de Bolivia. Desde la perspectiva de Gumplowicz —con la cual coincido en gran medida—, los Estados en general no fueron creados en pro del bienestar de los súbditos, como se pretende plantear con el pretexto religioso en el caso de las colonias, o de la ‘ciudadanía’ basada en la ‘libertad, igualdad y fraternidad’ en el caso de la Revolución francesa, ni fue el resultado esperado de un acto ‘emancipatorio’ en el caso de la constitución de los países americanos (Giner, 2001). La constitución de los Estados se trataría, entonces, de la consolidación de una hegemonía del poder, ya no de manera desordenada y autodestructivamente violenta, sino más bien organizada, continua y con nuevos instrumentos de civilización modernizadora. El objetivo principal sería acaparar los excedentes generados por la sociedad dominada

 

República

No es mi intención entrar en detalles sobre la historia general del país en el siglo XX, lo que me interesa es concentrarme en la manera en que caló la noción de progreso —y similares como evolución, crecimiento y desarrollo— en la mentalidad nacional y cómo esta determinó la configuración de la sociedad hasta la actualidad. Salvador Romero (2013 [1998]) es uno de los sociólogos que, dedicado a este asunto, explica cómo las ideas de modernidad llegaron a Bolivia y cómo esto se expresa en la novela boliviana de principios de siglo, que se caracterizaría por “la Revolución federal, la caída del régimen conservador, el advenimiento del liberalismo, las secuelas de la Guerra del Pacífico […] el desarrollo de la minería del estaño en el occidente y la goma en el norte” (p. 2).

Cabe recalcar que Bolivia, en el siglo XX, a pesar de ser reconocida como un país independiente, no se podría caracterizar certeramente como una República netamente soberana y mucho menos estable a nivel económico e ideológico. Quizás por ello las tendencias sociológicas europeas del siglo XIX calaron tan hondo en la sociedad y, sobre todo, en los gobernantes, aunque, claro, interpretadas de una manera muy peculiar y selectiva por la empobrecida intelectualidad boliviana. Se podría decir que la independencia administrativa lograda con la instauración de la República se vio opacada por la admiración ideológica hacia los nuevos centros mundiales y su modernidad que imperó en la mentalidad de lxs bolivianxs por mucho tiempo.

Si observamos, por ejemplo, dos importantes etapas del pasado siglo —a las que, siguiendo a Rivera (2010), podemos denominar como ‘liberal’ y ‘populista’—, se puede reconocer claramente la influencia que la sociología preclásica, sobre todo del positivismo y el evolucionismo, tuvo en los gobernantes e intelectuales de ese momento. En el caso del ‘ciclo liberal’, el rasgo elemental habría sido el “reconocimiento de la igualdad básica de todos los seres humanos” (Rivera, 2010: 40) en relación al concepto de ciudadanía. Esto estaría vinculado a un proceso civilizatorio de individualización que en el contexto nacional se vería enfrentado a las formas comunales aún vigentes. De este proceso resultarían nuevas formas de exclusión y jerarquización basadas en la oposición civilizado-salvaje (ibíd.). En dicho ciclo se puede ver con claridad la influencia del pensamiento evolucionista de Spencer y el uso del darwinismo social como instrumento ideológico de las reformas impuestas desde el Estado (Rivera, 2010). En la mentalidad liberal, el civilizado aparece como ‘más idóneo’ que el salvaje, “el binomio Spencer-Darwin propone soluciones evolucionistas difíciles de desaprovechar para los seguidores del liberalismo” (Giner, 2001: 167).

En el caso del ‘ciclo populista’, lo que hace es “completar las tareas de individuación y etnocidio emprendidas por el liberalismo, creando (…) mecanismos singularmente eficaces para su profundización: la escuela rural masiva, la ampliación del mercado interno, el voto universal y una reforma agraria parcelaria de vasto alcance” (Rivera, 2010: 40). Es decir que se mantiene la influencia del evolucionismo spenceriano, sólo que ahora además se impone la propiedad privada necesaria para el progreso hacia una sociedad moderna capitalista y se recurre a otros instrumentos típicos de la Europa moderna, como el voto universal y la escuela. Según Rivera (2010), en este ciclo se plantea una nueva oposición: desarrollo-subdesarrollo. Se podría decir que esa oposición es doble: por un lado, la ciudad es “más desarrollada” que los espacios rurales; pero, sin embargo, Bolivia en sí misma aparece como subdesarrollada frente a otras naciones no sólo europeas, sino incluso dentro de la propia Latinoamérica.

Después del nacionalismo, el positivismo persistió… nociones como la de ‘desarrollo sostenible’[7] fueron ignoradas por completo, mientras que no cesó la competencia por llegar al mejor ‘crecimiento’ económico y por la ‘expansión’ de la frontera agrícola y por la ‘multiplicación’ de la producción, etc. En ese sentido, Mansilla apunta que:

 

A comienzos del siglo XXI […u]na modernización acelerada es considerada como prioridad de todos los esfuerzos colectivos y, por lo tanto, como el reclamo central de los ‘nuevos’ movimientos sociales (…) La modernización goza aun de una amplia legitimidad (…) Se supone que el desarrollo modernizador debería acortar la distancia frente a los países ya altamente industrializados y promover la paz social mediante la incorporación de los grupos menos favorecidos a la estructura productiva y distributiva de la nación (2007: 199).

 

Lo que más llama la atención de la última frase es que fue escrita el 2007, es decir, cuando recién iniciaba el “proceso de cambio” que supone una ruptura con el paradigma civilizatorio occidental y moderno. Se publica también sólo dos años antes de la aprobación de la última Constitución Política del Estado, cuya característica más llamativa es la instauración de la Madre Tierra como poseedora de derechos, lo cual significaría una ruptura con la noción típica de progreso. Esto me remite nuevamente a la cuestión planteada en la introducción de este ensayo: ¿es realmente diferente el Estado plurinacional o estamos viviendo una reactualización más de la dominación modernizadora?

 

La construcción del Estado plurinacional

No se puede negar que en la última década, que equivale más o menos al tiempo que lleva gobernando el Movimiento al Socialismo, Bolivia ha vivido varios cambios fundamentales. Entre estos, uno de los rasgos más característicos según gran parte de los comentarios respecto al ‘proceso de cambio’, es la creciente visualización, participación y representatividad de actores que otrora, desde la Colonia, fueran relegados.

Es innegable, pues, que la carga simbólica de los rasgos indígenas de Evo Morales juega un papel crucial en la sensación de inclusión para muchxs que, al menos hasta el Censo de 2001[8], se consideraban indígenas. Pero, acá cabe preguntarse: ¿inclusión a qué?, ¿a la nación? —¿no que ahora somos plurinacionales? —, ¿a un modelo de Estado impuesto por la modernidad occidental? Siendo este un punto tan alabado a favor del Gobierno, sería clarificador especificar a qué tipo de inclusión se hace referencia, puesto que esta podría abordarse de varias maneras.

Por un lado, la inclusión podría ser vista como un espacio donde varias visiones de la realidad nacional, concepciones heterogéneas del mundo, dialogan de manera horizontal, tratando de encontrar puntos de convergencia y respetándose a pesar de las inevitables confrontaciones, lo cual podría remitirnos a las ideas de pluralismo y tolerancia expuestas en el pensamiento liberal de Stuart Mill (Giner, 2001: 91) que fueron ampliamente criticadas por su carácter utópico, entre otras cosas.

Desde otra perspectiva, el Estado podría mantener la misma visión monodimensional y homogeneizante con la que fue parido como noción moderna. En tal caso, la inclusión de la pluralidad de actores que conforman Bolivia funcionaría más como una apropiación folklorista de varias formas caracterizadas como ‘tradicionales’, pero sin ningún cambio ni cuestionamiento real al contenido de ‘lo moderno’.

En ese punto parece muy lúcido el pensamiento de Gumplowicz, explicado brevemente en un subtítulo anterior, según el cual el Estado no sería otra cosa que la consolidación de la dominación. En tal caso, es imposible pensar en pluralidad horizontal, igualdad o democracia dentro del marco estatal. Por lo tanto, la idea de un “Estado Unitario Social de Derecho Plurinacional Comunitario” (Bolivia, 2008: 13) resulta siendo un oxímoron bastante elegante, tierno, estético, rítmico, etc. para la elaboración de una retórica ficcional, pero no es realmente muy útil al momento de tratar de salir de la literatura.

Otro de los elementos que se suele ver como “bueno” o “positivo” del “proceso de cambio” es el crecimiento económico. Sin embargo, dentro del marco del Vivir Bien como nuevo paradigma civilizatorio no desarrollista, protector de la Madre Tierra, etc., ¿se podría considerar el crecimiento como algo positivo? La “prosperidad” económica financiera, además medida dentro de los parámetros planteados desde el imperialismo moderno, ¿no vendría a ser en todo caso una especie de alarma de los excesos contra la Pachamama?

Para estudiar el país es necesario saber que enfrentamos a una sociedad mucho más compleja que 36 naciones-idiomas que conviven y se complementan de manera armoniosa y comunitaria, como se trata de pintar desde el monólogo oficialista. No enfrentar esta realidad significa permanecer dentro de la perspectiva positivista imperante a lo largo de la historia del pensamiento boliviano, que evita a toda costa aceptar el caos y enfrentarlo de manera realista, y opta por visiones más mesiánicas cuasi religiosas.

Basta con ver la Agenda Patriótica 2025 para darnos cuenta de que el Gobierno es totalmente positivista, pues una de sus características es tratar de planificar las cosas como si la sociedad fuera un objeto inmóvil y sin tomar en cuenta el montón de ‘consecuencias imprevistas’ que limitan las posibilidades de planificación perfeccionista, como advirtieron otros sociólogos preclásicos no positivistas, como Tocqueville. Por otro lado, dicho documento se contradice a sí mismo. No entraré en detalles, pero sí mencionaré un breve ejemplo: en el eje 12 se nos menciona que “Bolivia ha decidido romper este modelo y visión desarrollista basado en el mercado, el individualismo y el consumismo (…) ha apostado (…) por un nuevo horizonte civilizatorio en el que los seres humanos y los seres naturales deben convivir y apoyarse mutuamente.” (Ministerio de Autonomías, 2013: 30); mientras que en el eje 4 se menciona que “nuestra tecnología tiene un reto estratégico que es el de la industrialización y transformación de nuestros recursos estratégicos para fortalecer vigorosamente nuestra economía”.

No es necesario saber de ingeniería ambiental para entender que la industrialización y el uso de recursos para vigorizar la economía, así como la tecnología en sí misma —del modo que se la entiende hoy en día—, son totalmente contradictorias con un supuesto paradigma civilizatorio respetuoso con la Madre Tierra al que se alude constantemente. Como menciona Masilla: “[e]l rechazo al ‘legado occidental’ es bastante selectivo, ya que se limita a las esferas de la cultura, la vida social e íntima y la religión, pero no comprende los campos de la economía y la tecnología.” (2007: 38).

Silvia Rivera, en su texto Violencias (re) encubiertas en Bolivia, plantea que hay una cadena de dominación en la que el comunario indígena se instauraría por debajo de toda la jerarquía escalonada de la sociedad. Sin embargo, creo que lo justo sería reconocer, para empezar, que el ‘comunario indígena’ no es uno solo; que los incas, por ejemplo, se sitúan sobre los aymaras, y estos sobre los urus, y en general los indígenas altiplánicos son considerados como superiores a los amazónicos. Pero lo que considero más importante es tomar en cuenta que quienes se encuentran realmente en el último eslabón de esta cadena, pirámide o como se la quiera llamar, son los animales no humanos a quienes, desde una perspectiva moderna humanista y antropocentrista —y, por lo tanto, evolucionista—, hemos convertido en objetos o en meros recursos. Por ejemplo, en la misma Agenda Patriótica 2025, junto a la quinua y la cebada, aparecen los camélidos, como si fueran un comestible más (Ministerio de Autonomías, 2013: 18).

Sin necesidad de mucha observación, abriendo el periódico, se puede encontrar cada día mil contradicciones que muestran que este Gobierno, en los hechos de fondo, no es más que una reactualización de ciclos anteriores de consolidación de la modernidad. Las megaconstrucciones, los satélites, la planta nuclear, la expansión de la frontera agrícola, la apertura al uso de transgénicos y un largo etcétera podrían hacer de este ensayo un largo trabajo. Se podría decir que criticar discursivamente las políticas es algo que siempre ha estado y nunca pasará de moda, pues cualquiera con un mínimo ánimo de observación y análisis podría hacerlo, y no sólo en Bolivia. En la sociedad moderna —por lo tanto, individualista— en la que se erige la propia noción de Estado ningún gobierno puede satisfacer a todxs, por lo que siempre existirá quien se queje respecto al mismo. Es cierto que “casi todos protestan contra el Estado, pero acuden a él cuando surge cualquier problema” (Mansilla, 2007: 35). Sería, entonces, muy erróneo achacarle al gobierno la culpa de todos los males, como si desde este se impusiera una serie de políticas desarrollistas, liberales, positivistas, globalizantes y neocoloniales a una sociedad que está totalmente en contra y es absolutamente desvalida ante tales imposiciones, que no es el caso. Entonces, tal vez sea mejor pensar: ¿qué ocurre con la sociedad?, ¿está también en las vías del progreso o es más bien crítica al respecto?

 

La sociedad

En ajedrez cada movimiento es determinante y está determinado al mismo tiempo: yo muevo una pieza como respuesta a la jugada de mi oponente, pero, al mismo tiempo, la jugada posterior de mi adversario dependerá de la mía. Lo mismo pasa entre el gobierno y el conjunto de la sociedad; se trata de un juego de doble incidencia. Si bien desde el Estado se utiliza un “paquete cultural” (Rivera, 2010) que sirve de instrumento para instaurar cierto modo de pensamiento, este no podría llegar más allá de donde una sociedad lo permite.

Salvo algunas excepciones, un gran número de bolivianxs —no tengo datos precisos, pero mi permanente observación me indica que se trata de una gran mayoría— no acepta pasiva y silenciosamente el progreso y el desarrollo impulsado desde el Estado, sino que lo disfrutan, lo desean, lo elogian y hasta lo promueven a partir de prácticas y actitudes cotidianas.

Si bien es cierto que a nivel político el país atraviesa una época de estabilidad —al menos aparentemente[9]— habría que cuestionar hasta qué punto eso es buena señal. Es innegable que hay muchísimos menos paros y huelgas y demás; sin embargo, ya Tocqueville mostraba su preocupación ante la falta de organización desde la sociedad civil y la poca participación en la vida política, pues veía esto como una muestra de individualismo que derivaría finalmente en masas de consumo, por un lado, y como señal de falta de libertad de asociación, por otro (Giner, 2001: 79-90).

Habría que analizar cuál es el caso en la actualidad boliviana; yo me atrevería a decir que ambos. La aparente estabilidad económica de los últimos años, sumada a los bonos del Estado, ha ocasionado que la gente tenga acceso a mayores comodidades superfluas y, distraída por eso, le preste menos atención a la participación democrática. Se podría decir, en ese sentido, que la sociedad se asimila cada vez más a las ‘masas de consumo’ temidas por Tocqueville. Por otro lado, la falta de atención o la excesiva represión a las pocas manifestaciones que ha habido —como la del TIPNIS, la de Takovo Mora o el caso de la represión al Conamaq orgánico para tomar sus oficinas y reemplazarlo por el que opera actualmente[10]— puede haber funcionado como escarmiento para que haya menos asociaciones civiles que estén dispuestas a enfrentarse a una fuerza estatal que se muestra dispuesta a todo por defender la posición del Gobierno.

Existen pequeños grupos que se organizan para causas específicas como las marchas contra la energía nuclear o contra megaproyectos que atentan contra el medio ambiente y demás; sin embargo, por experiencia propia, puedo decir que nunca se logra organizar algo más que manifestaciones pasajeras. No hay un acuerdo suficiente como para generar un grupo bien articulado y organizado que tenga continuidad y seriedad. El Gobierno no se toma ni la molestia de reprimir a estos grupos momentáneos —tampoco de escuchar sus demandas, obvio—, ya que cuando logran armar una manifestación, resulta ser reducida y efímera. Otro espacio donde la gente muestra cierta ‘rebeldía’, por así decirlo, a los principios de la modernidad son algunas ferias alternativas, ya sea de libros, comida, ropa, etc., donde las personas venden o intercambian cosas reutilizables o alimentos naturales y nativos, ropa usada, etc. Sin embargo, estos acontecimientos son igualmente pequeños y esporádicos, además de inaccesibles para gran parte de la población.

Se puede ver, entonces, que incluso gente ‘activista’ contra el avasallamiento de la modernidad no tiene el tiempo suficiente ni la capacidad de organización contra las imposiciones del sistema, pues la falta de organización tiene que ver en parte con la poca dedicación o la falta de continuidad de estas personas. En estos tiempos, todas las personas están aceleradas y ocupadas, no hay tiempo para la lucha social, salvo que esta toque directamente el bolsillo. La mayoría de la población no sólo acepta las imposiciones de la modernidad, sino que las considera deseables.

 

Breve conclusión

Muchas de las nociones analizadas por sociólogxs bolivianxs en tiempos previos al Estado plurinacional, aunque con matices, siguen teniendo vigencia actualmente. Incluso se puede notar que algunos rasgos considerados negativos se han exacerbado. Si existe un ‘proceso de cambio’ se trata más de un cambio de look donde la Madre Tierra es un complemento más de una indumentaria teatral.

Lo que hasta el 2006 se veía como un proceso de modernización lejos de concluir, hoy se acerca cada vez a su consolidación, paradójicamente, de la mano de un gobierno “anticapitalista”, “antineoliberal” y “no occidental”. Sin embargo, el gobierno no es el único causante de este hecho.

Pareciera que el ‘paquete cultural’ al que Rivera (2010) hace referencia en relación a los instrumentos que utilizaron liberales y nacionalistas para introducir ciertos pequeños principios y educar a la sociedad, fue realmente efectivo. Pues, salvo pequeñas excepciones, hoy tenemos una gran masa encausada en las vías del progreso, amante de la tecnología, pidiendo más proyectos, más crecimiento, más desarrollo.

Estamos viviendo una catástrofe mundial, el planeta se manifiesta cada vez con más fuerza; sin embargo, se sigue creyendo que aumentar el PIB es algo positivo cuando la competencia debería ser por reducir las emisiones de CO2. En relación a lo que llamamos ‘naturaleza’ no importan territorios ni razas ni nada. Es un poco desesperante que casi todos los proyectos, estudios, críticas y las preocupaciones sigan operando dentro del marco del nacionalismo y el indigenismo, cuando el planeta lo compartimos todxs, y no sólo seres humanos, sino también animales, plantas, etc., que forman parte de esta biosfera finita.

Desde una rama del Vivir Bien se plantea una especie de ‘retorno’ a tiempos ancestrales… plantear esto es seguir dentro de la linealidad temporal planteada por la modernidad occidental. A estas alturas, poco importa de qué cultura sean tales o cuales principios, qué perspectiva de temporalidad es mejor y demás… lo que importa es que se hagan cambios verdaderos donde Gaia, la Pachamama, la Madre Tierra o como se le quiera llamar, sea el personaje principal. Muchos se equivocan al pensar que la masa de consumo está compuesta por determinada clase, determinado país o región, determinada raza. Hoy, en Bolivia y en el mundo, la masa de consumo está compuesta por blancxs, negrxs, aymaras, judixs, etc. La identidad indígena se ha convertido en algunos casos en un pasaporte para pedir proyectos que generen más crecimiento, como si por tratarse de beneficiarixs consideradxs indígenas, los megaproyectos no fueran igualmente arrasadores.

Mansilla mencionaba que la humanidad es como un cáncer, es metáfora bastante oportuna. Sin embargo, y a pesar de mi propio pesimismo, creo que nada es tan rígido como para no pensar en posibilidades de cambio. Barthes veía la catástrofe como una fiesta, porque la gente se ayudaba, la ciudad se tornaba en otro tipo de espacio… El asunto es: ¿debemos esperar la catástrofe? Cuando esta llegue, ¿tendremos tiempo para ‘festejar’?

 

Bibliografía

Alvizuri, Vera. (2009). La construcción de la aymaridad. Una historia de la etnicidad en Bolivia (1952-2006). Santa Cruz: El País.

Aron, Raymond. (1976). Las etapas del pensamiento sociológico, vol. 1. Buenos Aires: Siglo Veinte.

Autonomías, Ministerio de. (2013). Agenda Patriótica 2025. La Paz: s.d.

Bolivia, República de. (2008). Nueva Constitución Política del Estado. La Paz: s.d.

Brading, David. (1991). Orbe indiano: de la monarquía católica a la República criolla, 1492-1867. México: Fondo de Cultura Económica.

Braudel, Fernand. (1984). Civilización material, economía y capitalismo, siglos XV-XVIII, vol. II. Los Juegos del Intercambio. Madrid: Alianza.

Giner, Salvador. (2001). Sociología clásica. Madrid: Ariel.

Mansilla, Hugo Celso Felipe. (2007). Identidades conflictivas y la cultura del autoritarismo. La mentalidad tradicional ante los desafíos de la democracia moderna. La Paz: Fundemos.

patiodefilosofos. (7 de marzo de 2013). Etimología de la palabra “crisis”. Recuperado el 14 de noviembre de 2015, de patiodefilosodos: https://patiodefilosofos.wordpress.com/2013/03/07/etimologia-de-la-palabra-crisis/

Rivera, Silvia. (2010). Violencias (re) encubiertas en Bolivia. La Paz: Mirada Salvaje.

Romero, Salvador. (1998). Las claudinas. La Paz: s.d.

Wachtel, Nathan. (1976). Los vencidos. Los indios del Perú frente a la conquista española (1530-1570). Madrid: Alianza.

 

Fecha de publicación: 7 de agosto de 2020

 

 

 


[1] Ensayo presentado a la materia Sociología Boliviana 2. Docente: Mario Murillo. La Paz, 2015.

[2] Estudiante de la Carrera de Sociología, Universidad Mayor de San Andrés.

[3] Cabe recalcar que en ese momento aún no se utiliza el concepto de capitalismo. Según Braudel (1984), la palabra capitalismo, del modo en que la entendemos ahora, es un poco más reciente, del siglo XX.

[4] Entendiendo crisis, desde una concepción etimológica, como “el momento en que la rutina ha dejado de servirnos de guía y necesitamos optar por un camino y renunciar a otro” (patiodefilosofos, 2013).

[5] Entendiendo ‘mundo occidental’ como el conjunto de sociedades con clara influencia de países de Europa del este.

[6] Cabe recalcar que, geográficamente, Bolivia no contempla solamente el territorio de una parte del Imperio incaico. Está conformada también por otras culturas prehispánicas con características totalmente distintas como, por ejemplo, varios pueblos de tierras bajas que no tienen rasgos imperialistas ni centralistas como los incas. De hecho, el orden y el asentamiento característicos el Imperio incaico serían instrumentos que facilitarían la colonización para los españoles. En cambio, los pueblos no asentados, al ser más dispersos y no tener una estratificación social tan marcada, eran mucho más difíciles de dominar (Wachtel, 1976: 297-309).

[7] Que nos remite al pensamiento de Stuart Mill, quien habría planteado que la expansión económica permanente no era absolutamente necesaria —ni deseable— para una buena sociedad (Giner, 2001: 91).

[8] Los datos del último Censo Nacional 2012 muestran, paradójicamente, un descenso del 62% al 42% de personas que se identificaron con alguna etnia.

[9] Digo aparentemente porque no sé si realmente hay calma o si se oculta mejor los problemas, posiblemente, por medio de la cooptación y el paralelismo. En todo caso, por cuestiones de espacio y tiempo, profundizar en esto no es el objetivo de este ensayo, por lo que no lo haré, aunque sería interesante e importante que alguien lo haga.

[10] Hecho del que fui testigo directa.