Lindomar Vejarano Durán - Instituto de Investigaciones Sociológicas “Mauricio Lefebvre”

#SociologíaUMSAescribe

 

En este espacio se difunden trabajos de los estudiantes de Sociología de la UMSA que tienen un componente de investigación, con el propósito de alentar el desarrollo de habilidades de escritura en la idea de que esta práctica está íntimamente relacionada con el pensamiento crítico y creativo.

AUTORES

GESTIONES

LA GRULLA, UN SECTOR DE AISLAMIENTO
Lindomar Vejarano Durán[1]


La Grulla es considerada como un lugar de aislamiento en la cárcel de San Pedro de la ciudad de La Paz. Allí llevan a todos los que se portan mal en las diferentes secciones del sector de Población. La mayoría de las personas que están en este sector son jóvenes. La Grulla tiene 10 celdas nuevas que constan de una cama y un baño; miden 2 metros x 3 metros, tienen una puerta de plancha totalmente metálica y una ventana de 50 centímetros x 6 centímetros. Cada celda está numerada de 1 al 10. Hay dos celdas de castigo: la celda número 7 y la celda número 10, donde están las personas que tienen que cumplir una sanción, lo que normalmente dura de 15 días a un mes, y, en algunos casos, hasta tres meses.

La gente cuenta que antes este sector era muy conflictivo, todos los días había peleas y riñas con armas que los presos mismos fabricaban con fierros de construcción y otros objetos contundentes para poder tener sus peleas. No había orden ni tampoco disciplina, porque el mismo lugar es muy pequeño. El pasillo es muy angosto, solo una persona puede caminar tranquila; dos personas tienen que pegarse a la pared. Este lugar es horrible como para poder convivir, dado que las personas están sancionadas y además estresadas por el mismo hecho de estar castigadas; así, se genera un ambiente desagradable entre todos.

Se mencionó alguna vez de un hecho en el cual una persona murió, y parece que en repudio a ese muerto el sector de Población ingresó y quemó todo. Tuvo que intervenir la policía, porque querían linchar a todos los internos que estaban en el sector. Las historias que la gente cuenta son muchas; pero lo que realmente importa es que en todos los lugares hay un antes y un después. Antes de las refacciones, las 10 celdas eran de adobe y no tenían techo. Entonces, cuando llovía, todo se convertía en un barrial, no se podía caminar, era un lugar totalmente infrahumano y las condiciones eran totalmente nulas para poder vivir. Cuando llovía, la humedad y el frío eran terribles. Durante la época de invierno, no quiero ni imaginar cómo era el frío. La persona que había estado más tiempo llevaba como seis años en el sector; dijo también que se habían fugado como cinco personas, que habían doblado la puerta para poder escapar y darse a la fuga; pero sigo sin entender cómo fue, porque el muro es muy alto y esto pasó ya hace varios años.

Mi llegada a este sector fue el 2014, en el mes de noviembre. Un sábado 29 llegué como a las 5:00 pm.  Cuando entré por esa puerta, que está hecha de fierro de construcción muy grueso, en la entrada había un patio de 3 metros x 6 metros que estaba lleno de escombros y de basura, tierra y otros; las paredes eran de adobe. No me imaginé que éste sería mi hogar durante los siguientes tres años.

Las circunstancias de mi llegada a este lugar se dieron porque en Cochabamba hubo una matanza en el penal de máxima seguridad “El Abra”. Los internos se armaron con pistolas, con cuchillos y bates con un solo objetivo: matar a Tancara, a Betho y a Tovar, que eran los jefes, los “meros” o como se quiera llamarlos. Ese día mi persona resultó herida con un disparo en la pierna derecha a medio centímetro de la arteria femoral. La herida se complicó a tal grado que en ese tiempo casi me amputan la pierna. En fin, fuimos 11 los heridos de gravedad por arma de fuego y cinco muertos. Hubo más heridos, pero por golpes y algunos cortes que no fueron de gravedad (14/09/2014).

El día que llegué a La Grulla fue un día horrible. Éramos nueve, mis compañeros y yo. Nos trajeron sin ropa abrigada. La mayoría llegamos en short y camiseta, sin siquiera una frazada bajo el brazo. Nos metieron a todos a la celda 8, estaba sucia y fría. Además ninguno de nosotros había comido nada desde el día anterior, teníamos hambre y mucho frío. La situación era terrible. Estábamos lejos del lugar al que llamábamos “hogar”, pese a que era un lugar de máxima seguridad, llamado “El Abra”. Recuerdo que no había colchones ni tampoco frazadas. Todos estábamos parados cuando cerraron la puerta con tres candados, con ese sonido que en los 11 años y 10 meses me hizo doler todo. Allá, en “El Abra” tenía ropa abrigada y muchas frazadas, al igual que mis compañeros; pero en ese momento nos miramos sin siquiera poder hacer sonido con nuestras voces.

Así estuvimos sin hablar hasta el día siguiente. Nadie durmió esa noche, nos sentábamos en el piso de cemento frío y no hablábamos. Nadie decía nada de nada, hasta que amaneció y comenzaron a sonar los candados de las celdas, que se abrían una a una. Cuando entró la policía, le pedimos teléfono y nos ayudó con eso. Obvio, había que pagar por el servicio. Cada uno llamó a sus familias. Ese día los compañeros de La Grulla nos dieron unos pancitos con té en una botella de 2 litros. Recuerdo que dábamos gracias a Dios por el alimento. Llegó el mediodía y nos dijeron que no había comida para nosotros pero que había sobrado arroz y que eso nos darían.

Veníamos de un lugar donde, desde el momento en que llegas tienes desayuno, almuerzo y cena. Realmente estábamos lejos de nuestro hogar. A los días comenzamos a denunciar al régimen penitenciario por la manera en que nos trajeron y porque no nos daban comida. Eso duró 18 días, porque no estábamos afiliados al penal de San Pedro. Después de las audiencias nos comenzaron a afiliar. Entonces comenzó a llegar nuestro almuerzo. Después de eso vino Derechos Humanos, que de cierta forma pensábamos que nos iba a ayudar con su venida, porque habíamos sido trasladados ilegalmente; pero de nada sirvió su visita.

Vivíamos nueve personas dentro de una celda; nuestras esposas nos trajeron ropa, dinero y frazadas para poder quitarnos el frío que hacía. El policía nos abría la celda todos los días a las seis de la mañana para que nos bañáramos y pudiéramos ir al baño también y ése era nuestro diario vivir. Cotidianamente era muy insoportable: dos dormían en la cama, dos en el baño, tres en el pasillo y uno, ya sea de pie o sentado. Eso era todos los días. No había nada para hacer ni para leer. Entonces compramos un juego de cartas y jugábamos por azotes en el brazo. Después de estar así casi dos meses, vino un compañero que nos dijo que había que pagar para que nos abran la puerta. Así, pagábamos todos para salir al patio pequeño después de tanto tiempo. Por primera vez podíamos respirar aire y veíamos el cielo y me quedaba todo el día fuera de la celda, pese al sol, al frío, a la lluvia… era mejor que estar en la celda de La Grulla. En el techo había alrededor de 50 gansos y el olor era horrible; pero, bueno, había que sobrellevar la situación, porque dentro de este sector no había mejoras ni nada.

Entonces hubo una reunión en la que le dijimos al encargado que había que mejorar el sector, que nosotros podíamos ayudar con la condición de que nos dividiéramos en dos celdas porque estábamos muy apretados y también que podíamos pedir ayuda a las iglesias y a otros. El encargado dijo que bueno y comencé a escribir cartas con él. Muy pronto llegaron las respuestas; llegó cemento, cerámica, arena… Luego se comenzó a trabajar en el baño, porque no había taza para el baño y tampoco había ducha; no había nada de servicios básicos, no teníamos lavandería ni lavamanos, tampoco había techo acá.

 En La Grulla, las visitas no entran, es restringida; solo hay entrevistas, que consisten en 15 minutos, solo por las rejas. Cuando llegaba un familiar, no me importaba mojarme la espalda con la lluvia con tal de estar con la visita que venía. Entonces comenzamos a comprar calaminas y vigas para poner techo. Se logró poner el techo, luego estuco en las paredes, y el lugar que vi la primera vez, lleno de escombros y basura, ahora era un lugar agradable. También se lo pintó, quedó más lindo y también se compró un par de mesitas y se puso un kiosco pequeño. En mi celda puse dos catreras, luego pinté la celda y quedó mucho mejor de lo que era antes; puse una pileta de agua, todo quedó bien; puse una mesita para estudiar y así poder leer tranquilo.

La Grulla es considerada ahora como un sector de seguridad, pero esto se dio luego de que lo hicimos todos los que vivimos aquí, porque es bonito ahora y agradable para poder vivir. Antes no había ni siquiera un televisor, ahora tenemos dos: uno en la entrada y otro atrás, en el patio. Y en todas las celdas hay un televisor que los internos que tenían la posibilidad se compraron, y así pueden utilizar el televisor como terapia, porque, dado el lugar, no hay trabajo. Pese a eso, los internos de este sector se han dado modos de poder tener algo de dinero para poder ayudar en algo a sus familias o para sus gastos: hacen manillas, hamacas, las cuales cuelgan en la puerta a la vista de todos. Las ventas son muy pocas, pero a veces se escucha la alegría de alguno que dice que vendió, ya sea una hamaca o algunas manillas. El precio de las manillas oscila entre los 10 y 20 bolivianos y las hamacas entre los 150 a 200 bolivianos.

De este sector no sale nadie, porque están por seguridad. Yo soy el único que sale gracias a que cuando estuve en El Abra me volví cristiano y comencé a estudiar teología y música en la Academia de Música Man Césped. Entonces mi formación como líder de la iglesia allá es conocida por las iglesias. Los pastores acá me pidieron que les diera clases de instrumentos, como teclado, bajo, batería y guitarra. Entonces se me dio un permiso para que pueda salir de La Grulla y así poder dictar mis clases en la sección de Posta, en la iglesia “Jireh”, donde también doy clases de discipulado bíblico y también predico la palabra de Dios.

Esto ha generado disconformidad en el resto de mis compañeros, porque un día dijo alguien: “Yo llevo en La Grulla cinco años y no me dejan salir, y éste que lleva un año, ¿de que privilegios goza?” y cosas así. En el transcurso de este tiempo he pedido yo, mi familia y también mi abogado que pueda ser llevado a otro sector, donde pueda estudiar, enseñar y también trabajar; pero hasta la fecha no hay ninguna respuesta y, como siempre, los derechos no valen nada ni valdrán algo el día de mañana. A la “justicia” no la conocí durante los 13 años de cárcel que tengo. Entonces solo me queda confiar en Dios y en que pronto acabará el encierro.

Un día salí de La Grulla para temas de la iglesia. Estando en Población, encontré un amigo que me dijo que había prefacultativos para ingresar a la Universidad, a la Carrera de Sociología, y fuimos. Faltaban 10 días para concluir las clases y dar el examen de ingreso. Salía de La Grulla rogándole al policía para tomar clases y después dijo un licenciado que me dejarían salir para que fuera a dar el examen. Llegó ese día y fui pensando en que lograría entrar. Pese a que cuatro días antes me habían dado los libros, tuve que estudiar día y noche en lugares donde había mucho ruido, gritos, risas, carcajadas y música a un volumen exagerado, y si pides que por favor le bajen el volumen solo es para tener problemas. Entonces fui al examen, respondí todo lo que pude y salí de la iglesia de Población donde dimos el examen. Pues la buena noticia fue que aprobé, logré ingresar a la Universidad con mucho esfuerzo y sacrificio.

El problema de ahí en adelante era lograr que me dieran un permiso para salir de La Grulla y así poder ir a la universidad. Al principio pagaba un refresquito para poder pasar las cuatro puertas. La primera es de La Grulla. De ahí me dirijo a la segunda puerta que es de la sección de Posta. Luego tengo que dirigirme a la tercera puerta, que es donde a veces tengo que gritar 10 minutos, el afán de todos los días, 40 minutos hasta que el policía venga y abra la puerta, me pida el permiso y me deje pasar. Entonces me dirijo a la cuarta puerta. De allí, el oficial grita: “Abra la puerta, un universitario”.  Y de la misma manera, de retorno, al concluir las clases, me aproximo a la puerta y grito: “Retorno a La Grulla”. 

Es difícil estudiar en estas circunstancias, sí que lo es; pero el que quiere todo lo puede, todo es posible. Es en estos pocos y representativos momentos de mi vida que le puedo dar la razón al principio básico del evolucionismo. Realmente en muchas circunstancias de la vida solo los más aptos sobreviven y logran adaptarse a la realidad llena de desigualdades, no solo entre las personas sino también en las condiciones materiales de su realidad. 

 

Fecha de publicación: 24 de julio de 2020


[1] Estudiante de la carrera de Sociología, en el marco del Programa de formación profesional para privados de libertad del penal de San Pedro de la ciudad de La Paz, de la Carrera de Sociología. E-mail: lindomarvejarano@hotmail.com