Karen Rocío Cartagena Herrera - Instituto de Investigaciones Sociológicas “Mauricio Lefebvre”

#SociologíaUMSAescribe

 

En este espacio se difunden trabajos de los estudiantes de Sociología de la UMSA que tienen un componente de investigación, con el propósito de alentar el desarrollo de habilidades de escritura en la idea de que esta práctica está íntimamente relacionada con el pensamiento crítico y creativo.

AUTORES

GESTIONES

Luchas de una florista en épocas diferentes[1]

Karen Rocío Cartagena Herrera[2]

 

A menudo me pregunto cómo fue haber nacido antes de 1952 en Bolivia siendo mujer, cuando aún el voto de ellas no contaba y se vivía en una sociedad diferente de la que hoy estoy acostumbrada. Es la historia de vida de una persona muy cercana a mí la que me permite entender un poco más de una realidad diferente. Las memorias de vida de mi abuela, nacida en los años veinte en la ciudad de La Paz, me llevan a afirmar que en nuestra sociedad se tenía muy romantizada la idea de la familia y el papel que la mujer debería cumplir como ama de casa; pero que había mujeres como mi abuela que desafiaban a la sociedad, a pesar de los prejuicios sociales que esto implicaría. Estas mujeres realizaron acciones como romper con la idea de la familia y liberarse de opresiones a una edad muy temprana. Asimismo, quebrantaron la vieja creencia de que la mujer estaba solo para ser ama de casa. Por último, se apoyaban en la independencia de otras mujeres como ella. En este texto, me concentraré solo en la vida de mi abuela, aunque sé que hay muchos ejemplos de mujeres luchadoras que estaban en contra del sistema.

Los conceptos que me permiten desarrollar mi argumentación son los siguientes: en una sociedad anterior a la del siglo XXI, la mujer “vivía dispersa entre los hombres, atada por el medio ambiente, el trabajo, los intereses económicos, la condición social, a ciertos hombres –padre o marido– más estrechamente que a las demás mujeres” (De Beauvoir, 1949: 5). También este concepto me ayudará a respaldar mi tesis: “la vinculación de las mujeres a los espacios productivos remunerados fue parte de los logros de las luchas feministas, que han contribuido a visibilizar las relaciones de poder sustentadas en un modelo económico que tipifica el rol del trabajador, el modelo de familia, la sexualidad y la procreación” (Federici, 2013: 158). La metodología utilizada para obtener la información consistió en realizar entrevistas, tanto virtuales como presenciales, con mi círculo más cercano, para tener una perspectiva amplia respecto a la vida de mi abuela y complementar lo recolectado con referencias bibliográficas que permiten entender mejor el contexto histórico.

Ante todo, la idea de la familia que debía anteponerse a las aspiraciones personales en la vida de las mujeres era algo muy común en el pensamiento de muchas familias de los años treinta y cuarenta. Es decir, la mujer de la primera mitad del siglo XX debería tener como principal objetivo la construcción de un hogar y el cuidado de éste. Pero, a pesar de que se sabía que enfrentarse a esta idea conllevaría muchos prejuicios sociales, había mujeres que estaban dispuestas a romper estas “reglas” para continuar con sus sueños. Y es que la idea de una mujer divorciada o soltera se normalizaría años después, haciendo frente a los matrimonios arreglados y el soportar diferentes tipos de violencia en el hogar, que eran factores comunes.

Un ejemplo que ilustra esta afirmación es la primera etapa de la vida adulta de mi abuela. Ella se llamaba Salomé (más conocida como Saloma); fue una mujer que tuvo un matrimonio arreglado para poder mantener el prestigio social de su familia. Obligada a casarse a los veinte años, tuvo su primer hijo tres años después; pero ella no era una persona que estaba dispuesta a renunciar a sus sueños y aspiraciones. Cuando vio que se le estaba negando la oportunidad de poder tener un nivel de educación un poco más alto y el poder tener una independencia económica, decidió romper con un matrimonio que le quitaba su libertad. Debido a esa decisión, tuvo que hacerse responsable de un hogar monoparental y recibir constantes críticas de la sociedad respecto a la necesidad de una figura masculina en el hogar, además de la normalización del sometimiento de una mujer y la falta de voz que ella podía tener. A ella no le importó la idea de tener que empezar una nueva vida sola con un bebé recién nacido, lo que en los últimos tiempos es una realidad muy común en nuestra sociedad.

Como se puede apreciar en el ejemplo descrito, muchas mujeres no tenían el poder de decisión en asuntos tan básicos como con quién se supone que compartirían el resto de su vida. A esto se refiere Simone de Beauvoir, cuando afirma que no se podía concebir la idea de que una mujer podía superarse sola, sino que ella debería estar acompañada siempre. Era una mitad de otro ser, a la cual no se la podía concebir como un ser autónomo sino como un complemento más, como si de un objeto se tratase (1949).

Por otro lado, las mujeres no podían tener otra ocupación más que ser amas de casa y no podían buscar una independencia económica porque deberían tener dicha ocupación como un acto de amor sin recibir una compensación económica. En otras palabras, las mujeres no deberían tener un trabajo remunerado y su única preocupación debería ser el cuidado de la casa y de los niños; pero la necesidad de una libertad, tanto económica como social, las obligaba a tener trabajos precarios. Dichos trabajos no contaban con una protección laboral, ya que el ámbito privado tampoco ofrecía las condiciones para que ellas puedan trabajar, debido a que ofrecían salarios más bajos que los que brindaban a los hombres.

Salomé tuvo que acudir al empleo informal para poder sostener su nuevo hogar, afortunadamente ella, desde muy pequeña, tenía amor por las flores, especialmente por las amapolas rosadas; este amor y familiaridad venía de sus padres y abuelos. Su mamá, Justina, vendía flores en la calle Ayacucho; ella obtenía el material de la chacra de Miraflores (lo que hoy se conoce como el jardín botánico), donde trabajaba su papá. A una corta edad, ella lo hacía por diversión junto a su hermana: con pititas verdes y un palito ponían flor por flor y armaban las coronas para los velorios o eventos importantes de la ciudad. En esos tiempos, era, pues, diferente; no habían esponjas o alambres con los que actualmente se arman los arreglos florales. Al verse obligada a buscar ingresos para poder sostener su hogar, decide ingresar oficialmente al mundo de las flores, y empieza a vender en el atrio de la Iglesia la Merced junto a su hermana, quien constantemente la animaba a continuar el legado de su abuelita y su mamá. Al estar en un lugar tan cercano a la Plaza Murillo, fue testigo de muchos hechos que también despertaron una aspecto revolucionario en ella: en 1946, pudo ser testigo de cómo las masas iban ingresando al Palacio de Gobierno y cómo arrojaron del balcón del palacio al entonces presidente Villarroel. Eran esos días cuando ella, junto a su wawa y sus compañeras, buscaban refugio en la Iglesia la Merced, porque las balas posteriormente no cesaban en las calles. Cuando tuvo un mejor capital, pudo establecer un puesto sola, más estable, en un lugar más popular de la ciudad, mayormente con otras señoras que se encontraban en la misma situación que ella, con las que reclamaba un lugar digno para poder vender. La mayoría de estas mujeres buscaban principalmente una independencia económica y no depender de una figura masculina para poder subsistir.

 ¿Acaso no es algo común que escuchemos que muchas de nuestras abuelas o madres en algún momento de su vida hayan tenido que dejar de trabajar o estudiar para cuidar a los niños y “atender el hogar”, porque según una sociedad machista éste es el trabajo de una mujer y no puede ser el de un hombre? Me resulta muy difícil a veces comprender a la sociedad cuando aún en esta época hay personas que mantienen un pensamiento arcaico, en el que la mujer no tiene aspiraciones, o aquel pensamiento que cree que hay cosas que las mujeres no pueden hacer por el simple hecho de ser llamado el “sexo débil”.

 

Salomé (izq.) junto a sus compañeras de lucha en la inauguración del nuevo pasaje del Mercado de las flores, 1977. Fotografía: archivo familiar.

 

 

 

Salomé,  junto a sus compañeras de lucha en la inauguración del nuevo pasaje del Mercado de las flores, 1977. Fotografía: archivo familiar.

 

El último argumento que sustenta la tesis es el apoyo colectivo que se teje entre mujeres cuando se encuentran en condiciones precarias laborales o humanitarias. Muchas veces se dice que el enemigo de una mujer es otra mujer, pero cuando observamos los hechos históricos vemos que no es así. ¿Acaso un 8 de marzo de 1857 no fue un grupo de obreras el que decidió conjuntamente pedir derechos laborales con el lema “Pan y rosas”? Observando un hecho más cercano a nuestra realidad, la unión de las heroínas de la Coronilla, aquel 27 de mayo de 1812, en la ciudad de Cochabamba, fue el resultado de su propia organización. Las mujeres tienen la misma capacidad de organización para poder exigir una igualdad de derechos tanto como los hombres también lo hicieron en algún determinado momento. Y esto no hace a uno de los dos sexos mejor que el otro; al contrario, nos muestra las claras igualdades que tienen como seres humanos.

Si retomamos el ejemplo de Salomé, ella pasó de vender flores en la puerta de una iglesia a organizar una agrupación y a ser nombrada Secretaria General del Sindicato de Floristas 22 de mayo, fundado el año 1936, un año después del desborde del río Choqueyapu:

 

Lo propio ocurriría con la Unión Femenina de Floristas, organizada el 22 de mayo de 1936, a raíz de un tremendo desborde del río Choqueyapu, ocurrido en el período lluvioso de fines de 1935, lo que indujo a las vendedoras callejeras damnificadas a organizarse para pedir la construcción de un mercado de flores (Lehm y Rivera, 1988: 70).

 

Como señalan Lehm y Rivera, la lucha de estas mujeres por su carácter contestatario y de dignificación de la mujer irradió en otros sectores sociales, “principalmente de vendedoras de distintos productos en los mercados callejeros de la ciudad” (ibid.).

Ella exigía derechos para sus compañeras y un lugar digno para poder vender. Una de esas luchas, por los años cincuenta, cuando era parte del directorio, una mañana que al parecer era muy tranquila fue interrumpida por los llamados “gendarmes de la Alcaldía” que, sin ningún motivo, llegaron a molestarlas y querer desalojarlas, tal vez por la coyuntura que estaba viviendo el país; pero fue un atropello injusto hacia mujeres que estaban totalmente tranquilas intentando llevar el pan del día a sus hogares. Al ofrecer resistencia, Salomé y sus compañeras fueron arrestadas por todo el día en las instalaciones de la Policía, de la calle Loayza. Su única preocupación, más allá de tener algún antecedente, era qué pasaría con las wawas que seguramente llegaban de la escuela. Salomé, posteriormente, cuando el sindicato estaba más establecido, fue distinguida por autoridades como el entonces alcalde Luis Nardín Rivas, por su constante lucha y emprendurismo que sirvieron posteriormente para poder tener un lugar estable para trabajar, que luego se conocería como el Pasaje Peatonal de las Flores, ubicado cerca del cuerpo de bomberos en la avenida Pérez Velasco. Es lo que hoy conoceríamos como el Mercado Lanza, donde las señoras vendedoras de flores tienen un lugar asignado para generar sus propios ingresos; allí, la mayoría de las vendedoras actuales son las hijas de las luchadoras de los años treinta.

Algunos testimonios sirven para poder entender mejor el último ejemplo de unión femenina. De acuerdo con Sabina A., “Salomé era la que nos organizaba y nos daba la inspiración para poder exigir cosas que ahora vemos como algo justo, pero que en esa época nos era negado porque éramos cholas de la ciudad” (entrevista, 25-11-2021). Esta señora, excompañera de la difunta Salomé, reafirmó que en otra época había rechazo hacia ciertos grupos de la sociedad, ya sea por ser mujeres o por otro tipo de razones. Pero lo que es algo relevante es que aún lleva el recuerdo de cómo entre las floristas se organizaban y tenían reuniones constantes para cuestionarse diferencias que tal vez muchas de ellas creían que eran normales.

Al realizar un análisis de conjunto de los tres argumentos presentados, se puede evidenciar que muchas mujeres como mi abuela fueron capaces de romper esas imposiciones que se tenían por la sociedad, y ellas fueron el principio de muchas libertades que hoy por hoy gozamos muchas de nosotras en nuestras familias. Fueron estas mujeres las que inculcaron a sus hijos pensamientos que nos permiten a muchas de nosotras tener el poder de decisión en asuntos tan simples como la elección de una pareja o la elección de una carrera profesional. Tal vez el argumento más contundente sea el de quebrantar la vieja idea de que la mujer solo debe ser ama de casa, porque esta acción abrió la posibilidad de que las mujeres puedan formarse a lo largo de su vida, para poder tener independencia económica y reducir muchos tipos de dependencia que se desencadenan en formas de violencia, lo que es un problema muy importante en nuestra sociedad.

He presentado tres argumentos para sostener mi tesis. Estos son el desprendimiento de la romantización de la familia, el quebrantamiento de la vieja creencia que la mujer estaba solo para ser ama de casa y el apoyo colectivo de la independencia de las mujeres. Esto me permite concluir que, aunque muchos de estos pensamientos poco a poco fueron eliminados con el paso del tiempo, fueron muchas las mujeres que ni siquiera tenían la idea de lo que era el feminismo quienes buscaron un trato más justo; y lo hicieron en una sociedad en la que tuvieron que enfrentarse con personas muy cercanas a ellas, como su familia o sus amigos. En suma, podría afirmar también que estos aspectos nos permitirían hacer un análisis de las luchas de las mujeres de la actualidad y cuáles son los problemas por los que ellas luchan día a día.

 

 

Bibliografía

Barreto, Gama, Juanita (2015) “Feminismo y feminismos: consensos y disensos”. Tabula Rosa, 22, 11-28. https://doi.org/10.25058/20112742.20

De Beauvoir, Simone (1949). El segundo sexo I. París: Siglo Veinte.

Lehm, Zulema y Rivera Cusicanqui, Silvia. Los artesanos libertarios y la ética del trabajo. La Paz: Taller de Historia Oral Andina.

 

Entrevistada

Sabina Aruquipa, florista del mercado Lanza de la ciudad de La Paz, La Paz, 25-11-2021

 

Fecha de publicación: 19 de agosto de 2022

 

 

[1] Este trabajo fue presentado el año 2021 para la materia “Lenguaje y redacción básica”, en la carrera de Sociología de la Universidad Mayor de San Andrés.

[2] Estudiante del primer semestre de la carrera de Sociología, Universidad Mayor de San Andrés.